por Gabriel –Saracho- Carbajales
Quienes
hayan vivido la vida y sigan viviéndola sembrando modestísimas pero imprescindibles
semillas de libertad y de irreverencia absoluta hacia cualquier amenaza de
autoritarismo aunque éste invoque “la causa obrera” y se canten loas al “poder
popular” y las “herramientas organizativas de las masas”…
Quienes
hayan sentido y sigan sintiendo correr por sus venas la urgencia de la
emancipación de los explotados y los oprimidos de todo el mundo, a cada
segundo, todos los días y todas las noches, como un torrente de irrefrenable
pasión libertaria y legítimo y profundo odio hacia el poder absurdo, alienante
y esterilizador de la burguesía; todas y todos quienes vivan la revolución como
una necesidad natural y un imperativo biológico y no solamente como el momento
culminante e “inevitable” de la lucha de
clases y la crisis económica del capitalismo…
Quienes no
hayan depuesto ni los principios revolucionarios ni los sublimes sueños de definitiva
y enaltecedora liberación de la humanidad, por la que ella misma ha dado y
sigue dando especialmente las vidas más jóvenes y buenas de quienes abrazaron
este sueño para nunca jamás abandonarlo, recordarán este martes 15 de enero de 2013 los 94 años del repugnante y cobarde asesinato
de Rosa Luxemburgo (Zamosc, Imperio ruso, 5 de marzo
de 1871–
Berlín,
Alemania,
15 de enero
de 1919),
y Karl
Liebknecht (Leipzig,
Reino de
Sajonia, 13 de agosto de 1871 - Berlín,
República de Weimar, 15 de enero
de 1919) como
uno de los momentos históricos más amargos y aleccionadores del largo y duro
camino hacia la siempre impostergable emancipación de la clase trabajadora, y,
con ella, de toda la sociedad frenada y vejada en su sano desarrollo por el abuso,
el egoísmo y la injusticia planificada del sistema capitalista y su modo de
producción expropiador de los frutos del trabajo social mancomunado y solidario.
Un
día como hoy del año 1919, en la Alemania burguesa y pre nazi con aspiraciones
de imperio aunque derrotada por las otras principales burguesías europeas al
finalizar la llamada “primera guerra mundial” (1914/1918), una gavilla vergonzosa
de traidoras y traidores descaradamente autodenominados “marxistas” y
“socialdemócratas” –verdaderos pioneros de los rudimentos del futuro
“nacionalsocialismo” genocida, racista e invasor de otros pueblos- , tuvieron
activa e imperdonable participación en el secuestro, las torturas y la alevosa
ejecución a golpes y a balazos de los dos militantes comunistas de más destacada
acción pública en la frustrada (aplastada, exterminada, traicionada) Revolución
alemana de 1918, de idénticos contenidos y propósitos ideológicos a los de la
revolución rusa del año anterior, aunque carente de las condiciones subjetivas locales
que hicieron posible el triunfo de aquella con la activa participación de
obreros, campesinos y soldados “a la fuerza” también pertenecientes a ambos
sectores del pueblo trabajador.
Tanto
Rosa
Luxemburgo como Karl Liebknecht –inseparables en la
dignidad abnegada, en las buenas y en las malas— habían sido excarcelados por
las fuerzas revolucionarias y se colocaron en las primeras filas del combate,
no como intelectuales con voz de mando, sino como parte lisa y llana del pueblo
insurreccionado, sin pedantería ni veleidades de iluminados, aunque sí haciendo
punta en las duras críticas al oportunismo “de izquierda” que le hacía los
mandados a la burguesía chovinista y militarista.
El
miserable asesinato de Karl y Rosa, concebido y realizado como “ejemplar”
escarmiento contrarevolucionario, fue el anticipo del impresionante fenómeno
que instalaría la ideología nazi y su brutal dictadura “cívico-militar” en ese
país y en Italia, especialmente, unos veinte años después, pero sus delicadas
connotaciones y sus proyecciones de orden moral y filosófico más allá de las
coordenadas temporales y espaciales, remiten necesariamente a una serie de
aspectos todavía no debidamente analizados en cuanto al complejísimo cúmulo de
contradicciones que condicionan al proceso revolucionario y que pueden llegar a
ser determinantes en sentido positivo o en sentido negativo, aún en el
presente.
Por
supuesto que ambos muy queridos militantes fueron ejecutados por la burguesía,
pero los sicarios reales, los verdugos sin perdón, lo son quienes creyeron que
el socialismo es nada más que una variante formal de todo lo conocido en
materia de organización social y de hegemonía clasista, que “mejora” las
condiciones de vida de “la gente” y hace que los pobres “sean menos pobres”…
Esos sicarios asquerosos y taimados han dejado, casi 100 años después, un
legado infame de “marxismo” bastardeado e hijoputesco, populista y tramposo,
que se llena la boca con la injusticia y la desigualdad, pero “lucha” para que
ellas sean “menos duras”, sencillamente.
Parece
adecuado transcribir pasajes de una nota periodística de León Trotsky (Yanovka, Ucrania,
7 de
noviembre de 1879
- Coyoacán,
México,
21 de agosto
de 1940), escrita
unas horas después del crimen, y parece adecuado también, aún a riesgo de ser
tildados de “extrapoladores” de situaciones históricas “superadas” e
“irrepetibles”, percibir aquel acontecimiento como algo no muy diferente en
esencia a escenarios objetivo-subjetivos de nuestra experiencia actual, en
Uruguay y en muchos lugares más de este mundo que el día que deje de ser lo que
es, reconocerá en Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht dos auténticos e
inolvidables héroes del comunismo libertario internacional e internacionalista.
Prestemos
atención a estos párrafos de Trotsky aun discrepando con algunos conceptos
abstractos no directamente referidos a los homenajeados:
Decía
quien a la postre sería también víctima de la traición, del estalinismo contrarevolucionario
vestido de “comunismo de convento” (religioso, idólatra, súper autoritario,
caricatura de revolución a pesar de la sangre popular derramada por el heroico
proletariado ruso que fue delegando atribuciones que le eran propias y naturales
y representaciones imposibles, en una verdadera casta burocratica y desviada
hasta extremos aberrantes, émula, en definitiva, de las mismas castas aburguesadas
derrotadas en las gloriosas y paradigmáticas jornadas del año 1917):
(Escrito:
18 de enero de 1919 / Digitalización: Germinal / Fuente: Archivo francés del MIA / Esta Edición: Marxists Internet
Archive, 2001).-
“(…) El inflexible Karl Liebknecht
Acabamos
de sufrir la mayor de las pérdidas. El duelo nos embarga por partida doble.
Nos
han arrebatado a dos líderes, dos jefes cuyos nombres quedarán inscritos por
siempre jamás en el libro de oro de la revolución proletaria: Karl Liebknecht y
Rosa Luxemburg.
El
nombre de Karl Liebknecht se dio a conocer en todo el mundo en los primeros
días de la gran guerra europea.
Desde
la primeras semanas de esta guerra, cuando el militarismo alemán festejaba sus
primeras victorias, sus primeras orgías sangrientas, cuando los ejércitos
alemanes lanzaban su ofensiva sobre Bélgica destruyendo sus fortalezas, cuando
parecía que los cañones de 420 milímetros podrían someter el universo entero a
los pies de Guillermo II, cuando la socialdemocracia alemana, con Scheidemann y
Ebert a su cabeza, se arrodillaba ante el militarismo y el imperialismo alemán
que parecían poder someter todo el mundo -tanto en el exterior, con la invasión
del norte de Francia, como en el interior, dominando no solo a la casta militar
y a la burguesía sino incluso a los representantes oficiales de la clase
obrera-, en medio de estos días sombríos y trágicos una sola voz se levantó en
Alemania para protestar y maldecir: la de Karl Liebknecht.
Y
su voz resonó en todo el mundo. En Francia, donde el espíritu de las masas
obreras aún se encontraba obsesionado por la ocupación alemana y el partido de
los social-patriotas predicaba desde el poder una lucha sin cuartel contra el
enemigo que amenazaba París, la burguesía y los mismos chauvinistas tuvieron
que reconocer que únicamente Liebknecht era la excepción a los sentimientos que
animaban a todo el pueblo alemán.
En
realidad, Liebknecht no se encontraba solo: Rosa Luxemburg, mujer con gran
coraje, luchaba a su lado, pese a que las leyes burguesas del parlamentarismo
alemán no le permitieran lanzar su protesta desde lo alto de la tribuna, como
hacía Karl Liebknecht. Es preciso señalar que Rosa Luxemburg estaba secundada
por los elementos más conscientes de la clase obrera, en la que habían
germinado sus poderosos pensamiento y palabra. Estas dos personalidades, dos
militantes, se complementaban mutuamente y marchaban juntas es pos del mismo
objetivo.
Karl
Liebknecht encarnaba el tipo del revolucionario inquebrantable en el sentido
más amplio del término. En torno a él se tejían innumerables leyendas y su
nombre iba acompañado de esos informes y comunicados de los que nuestra prensa
era tan generosa cuando estaba en el poder.
En
la vida diaria Karl Liebknecht era -¡ay!, ya sólo podemos hablar en pasado- la
encarnación misma de la bondad y la amistad. Podríamos decir que su carácter
era de una dulzura absolutamente femenina, en el mejor sentido del término, y
su voluntad de revolucionario, de un temple excepcional, le hacía capaz de
combatir hasta la muerte por los principios que profesaba. Y lo demostró
elevando sus protestas contra los representantes de la burguesía y los
traidores socialdemócratas del Reichtag alemán, cuya atmósfera estaba saturada
por los miasmas del chovinismo y el militarismo triunfantes. Lo demostró
levantando en Berlín, en la plaza de Postdam, el estandarte de la rebelión
contra los Hohenzollern y el militarismo burgués.
Fue
detenido. Pero ni la prisión, ni los trabajos forzados lograron quebrar su voluntad
y, liberado por la revolución de noviembre, Liebknecht se puso a la cabeza de
los elementos más valerosos de la clase obrera alemana.
Rosa
Luxemburg - La fuerza de las ideas
El
nombre de Rosa Luxemburg no es tan conocido en Rusia o fuera de Alemania, pero
se puede decir sin temor a exagerar que su personalidad no desmerece en nada a
la de Liebknecht.
De
constitución pequeña, débil y enfermiza, Rosa sorprendía por su poderosa mente.
Ya
he dicho que estos dos líderes se complementaban mutuamente. La intransigencia
y la firmeza revolucionaria de Liebknecht se combinaban con una dulzura y una
amenidad femeninas, y Rosa Luxemburg, a pesar de su fragilidad, estaba dotada
de un intelecto poderoso y viril.
Ferdinand
Lasalle ya escribió sobre el esfuerzo físico del pensamiento y la tensión
sobrenatural de que es capaz el espíritu humano para vencer y superar
obstáculos materiales. Esta era la energía que comunicaba Rosa Luxemburg cuando
hablaba desde la tribuna, rodeada de enemigos. Y tenía muchos. A pesar de ser
pequeña de talla y de aspecto frágil, Rosa Luxemburg sabía dominar y mantener
la atención de grandes auditorios, incluso cuando eran hostiles a sus ideas.
Era
capaz de reducir al silencio a sus más resueltos enemigos mediante el rigor de
su lógica, sobre todo cuando sus palabras se dirigían a las masas obreras (…)”.
Gabriel –Saracho- Carbajales,
Montevideo, martes 15 de enero de 2013.-
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Rosa de Luxemburgo a 94 años de la traición by
Enviado por el Colectivo de Noticias Uruguayas
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