publicado por Semanario Voces
La semana pasada, el grupo “Frenteamplistas por un debate programático”, integrado entre otros por Jorge Notaro, Carlos Viera y Roque Faraone dieron a conocer sus puntos de vista en relación a una amplísima gama de temas. Se trata de ciertas ideas que vienen elaborando desde hace años, y que se plasmaron en un documento para la discusión.
Se abordan muchos temas desde una perspectiva “socialista y anticapitalista”, a la vez de repasar todas aquellas áreas, en donde, a juicio de los firmantes, el gobierno se ha apartado de los “principios históricos” del Frente Amplio, e invita a retomarlos.
La plataforma contiene quince puntos, e incluye, obviamente, lo que se reconoce como las áreas en disputa que la izquierda agrupada en el Frente Amplio mantiene desde siempre, pero que, en el ejercicio del gobierno desde hace siete años, están cada vez más expuestas.
La ética y la transparencia, las políticas educativas, la lucha por los derechos humanos, la cultura, los medios de comunicación, la salud, la explotación de las reservas naturales, la defensa nacional, la conducción política de la organización y su relación con el gobierno, son algunos de los temas sobre los que se pronuncia . Es una suerte de repaso al reclamo que muchos frenteamplistas le hacen al gobierno. Al de Mujica y al de Vazquez.
El planteo, aunque compartible, no es original, tampoco novedoso. Bastaría recorrer los cuarenta años de historia de Frente, y repasar la formación de grupos que se han ido generando para reconocer iniciativas similares, todas ellas de “corte socialista y anticapitalista”.
Los resultados de las mismas no han sido eficaces. Es posible afirmar, sin que nadie se ofenda, que los gobiernos frenteamplistas no van en ese camino. El del Frente Amplio viene siendo, desde hace ya muchos años, y en forma explícita, el camino del “progresismo”. Un progresismo que avanza en toda América Latina, con algunas contramarchas (Paraguay, Chile) pero en términos generales con viento a favor.
El primer mundo se prende fuego, pero otro mundo, el de los “emergentes”, asoma creciente, todo lo cual es fácilmente comprobable revisando los grandes números que arrojan las estadísticas en materia económica: el producto aumenta, los salarios crecen, el desempleo disminuye, la pobreza también, los índices de desigualdad mejoran, muy poquito pero mejoran, el consumo aumenta, bah… todo lo que los ministros de economía repiten satisfechos cada vez que son interpelados.
O sea, todo va más ó menos bien en el mundo “progresista”.
Uruguay no escapa a estas muy generales afirmaciones, y el gobierno frenteamplista, más allá del resultado de algunas encuestas que han encendido luces amarillas, se desliza con altas probabilidades hacia un nuevo período de gobierno.
Por variados motivos: el viento de cola que el contexto internacional le imprime (aunque vaya virando y termine en suave brisa), algunos aciertos en la gestión, y en gran medida por la ineficacia de la oposición política que enfrenta.
Nada de qué preocuparse: salvo catástrofes, Tabaré será el nuevo presidente, y en la medida en que no haya reforma constitucional, difícilmente el Frente Amplio pierda la Intendencia de Montevideo en 2015. Si a esto le sumamos alguna intendencia del interior, todos tranquilos, esa será la demostración de que vamos por el buen rumbo.
Sospecho, al igual que Notaro, Viera y Faraone, que no todos creemos que sea así. ¿Cuántos? No lo sé, aunque hay señales de varios grupos de opinión, “progresistas” ellos también, para los cuales el Frente Amplio a esta altura se ha convertido en “el mal menor”, y que resignados ante un panorama electoral que no ofrece novedades, seguramente no opondrá resistencia a un nuevo gobierno frenteamplista a la hora de resolver su opción electoral en 2014.
Pero las señales de descontento de estos grupos con la izquierda gobernante han sido múltiples, algunas de ellas medibles.
El porcentaje de votos en blanco en la última elección municipal, asignables en altísimo porcentaje a un duro núcleo de personas de izquierda desconformes tanto con la gestión municipal por un lado, como con la forma en que se eligió al candidato para la ocasión, es un caso.
El otro más reciente, e igualmente medible: en las últimas elecciones internas del Frente Amplio, otro grueso porcentaje de frenteamplistas optó por no votar candidato a la presidencia. Y ello luego de un intento de la dirección de la coalición de presentar ahora sí una “oferta variada” que lograra entusiasmar. Ni así.
A estas expresiones, podemos sumar algunas más, estas sí, no cuantificables, pero que modelan un estado de opinión de alta disconformidad en un importante número de autodefinidos “izquierdistas” con el rumbo de la izquierda que nos gobierna.
El tortuoso camino y frustrante final del proceso que culminó con la anulación de los efectos de la Ley de Caducidad en relación al juzgamiento de las violaciones a los DDHH en la dictadura; el larguísimo trámite de la ley sobre la despenalización del aborto, con su veto en 2007 y la “mejor solución posible” a la que se llegó en 2012; la obsesión por agilizar los trámites que permitan megainversiones que utilizarán nuestros recursos naturales sin que se explicite debidamente a la sociedad los impactos socioambientales que los mismos acarrearán. Los ejemplos abundan y bastaría reunir algunos frenteamplistas desilusionados para completar esta lista. La plataforma presentada por los “Frenteamplistas por un debate programático” es una buena síntesis de estos reclamos.
La pregunta a responder es entonces dónde está el problema, y cómo hacer para rectificar el camino. ¿El problema es el Programa? ¿Es la estructura organizativa?
Para cada uno de los episodios mencionados, es posible referir a los contenidos programáticos del Frente Amplio, y ver que las definiciones que se han tomado no son consistentes con las definiciones establecidas en los congresos. Lo que es difícil de explicar es que estas cosas ocurran cuando la fuerza gobernante tiene mayorías parlamentarias. Algo anda muy mal. Un día es un diputado, al mes siguiente es un senador, y así, casi casuísticamente, las mayorías no se consiguen y el programa se licúa. Un año y medio después de la gravísima inconducta del diputado Victor Semproni, el Frente Amplio recién resuelve la situación.
Estos fenómenos no son nuevos, el Frente Amplio es por definición una unión sinérgica que ha logrado ser más que la suma de sus partes, y esa fue su gran virtud, y lo que le permitió alcanzar el gobierno. Las grandes virtudes encubren siempre las carencias. Y el ejercicio del gobierno las ha desnudado.
De otra forma, no se comprende cómo no es posible saber cuál es el rumbo que la izquierda pretende darle a la educación, ni cuál es el paradigma que atraviesa las políticas públicas de seguridad (el trecho de José Díaz a Bonomi dibuja elocuentemente el camino que la izquierda viene construyendo en materia de seguridad ciudadana), ni mucho menos qué pretende hacer la izquierda con el “aparato” estatal. Sobre la Ley de Medios de Comunicación, otro tanto.
Las carencias surgen tanto por lo realizado, como por lo prometido en el programa. En cuanto a la estructura interna, las noticias tampoco son alentadoras. Mencionamos antes las elecciones internas realizadas en mayo pasado. Una buena intención que no consigue modificar el estado de situación. Si se ha dicho que los primeros cien días de un presidente de alguna forma prefiguran lo que será su accionar durante su mandato, y lo aplicamos a la gestión de Mónica Xavier en el Frente, el futuro sigue sin ser alentador. No posee el liderazgo necesario, tampoco el carisma. Nadie se ha enterado aún cuál es la propuesta superadora de esta situación.
En síntesis, los problemas están por todos lados: la definiciones ideológicas, la estructura organizativa, el vínculo entre partido y gobierno, recorriendo un círculo que se retroalimenta negativamente.
Un camino para retomar el rumbo es el que proponen los “Frenteamplistas por un debate programático”. Otro, el de redefinir la estrategia. El Frente Amplio, como expresión de la unidad de la izquierda, fue el instrumento estratégico hace cuarenta años. No tengamos temor a preguntarnos si lo continúa siendo hoy. Hasta no hace mucho tiempo, quienes nos sentimos de izquierda teníamos la certeza de que el Frente era parte de la solución. Permitámonos valientemente preguntarnos si hoy ya no es parte del problema. O dicho de otra forma, más allá del debate programático, quienes nos sentimos de izquierda deberemos darnos en algún momento el debate estratégico.
Acerca del Posfrenteamplismo (II) El Frente Amplio como Problema
Por Rafael Massa
publicado por Semanario Voces
“Este gobierno tiene un programa de carácter progresista que no cuestiona al capitalismo”
José
Mujica al PIT-CNT (04-12-2012)
Pocas cosas son más bienvenidas que la síntesis. Más aún
cuando viene de la clase política, tan afecta a los circunloquios. Las
expresiones de Mujica en el desayuno de trabajo organizado por el PIT-CNT hace un par de semanas resumen en una docena
de palabras mucho más que las docenas de
páginas que componen los programas de gobierno. El Frente Amplio, en su praxis de gobierno, no ha sido y no es una fuerza política que ponga en cuestión al capitalismo. Y en algunos casos, sus políticas resultan funcionales al mismo.
Sí es un gobierno progresista, que a caballo una coyuntura internacional favorable como pocas, ha implementado medidas que mejoran, en términos generales, la situación de los más desposeídos. Finalmente, como prometió Sanguinetti en su momento, se “agrandó la torta”, y por tanto las porciones. Claro, la fracción para los trabajadores es apenas un poco mayor que antes, y lo fundamental, el cuchillo, sigue en manos de los mismos.
La explicación que nos dan es sencilla: para alcanzar el gobierno, la fuerza política tuvo que ensancharse, y las aspiraciones fueron menguando. La acumulación devino en gordura y la musculatura de debilitó.
Este estado de situación resulta muy frustrante para muchos frenteamplistas, que lentamente pero sin pausa cada vez se identifican menos con la fuerza política. De ahí el vaciamiento de su estructura, la desmovilización y todo el panorama que ya conocemos.
Los intentos de solución a este estado han sido múltiples, aunque cuando la dirigencia frenteamplista se interpela acerca de la ya casi inexistente participación popular, y muchos apelan a la organización interna de la fuerza política como la madre de todos los problemas, la sensación que queda es algo desoladora. Con tal error de diagnóstico, la solución queda cada vez más lejos.
Parece suceder con la estructura del Frente Amplio algo similar a lo que ocurre en la Educación: los esfuerzos se dilapidan en ver cómo se estructura el poder sin poder acordar los objetivos.
El principal mal que aqueja la fuerza política no es su estructura, sino su escasez de elaboración ideológica, por decirlo en términos amplios. También su falta de audacia, aunque claro, en términos políticos, la audacia sinónimo de juventud.
El Frente Amplio nació hace cuarenta años bajo condiciones que nada tienen que ver con las actuales. Fue en su momento, el instrumento estratégico que se dio la izquierda política del Uruguay con claros objetivos, entre otros, el de la superación del capitalismo. Ha pasado largo tiempo, aunque la historia es reciente, y el capitalismo sigue su rumbo de insensata acumulación que pone en riesgo la especie. Si esto es correcto, es decir, si el objetivo sigue vigente, la pregunta a responderse es cuál es la estrategia. ¿Sigue siendo válida la unidad de la izquierda como estrategia?
Los uruguayos tenemos ciertas veleidades de originalidad, y en relación al Frente Amplio, también creemos haber inventado la pólvora. No es así; con la especificidad del caso, muchas fuerzas de izquierda han recorrido caminos similares, e incluso mucho tiempo antes. Y a muchas de ellas les ha sucedido lo mismo en el ejercicio del poder: desmovilización popular, debilitamiento ideológico, episodios de corrupción, falta de transparencia…
Ha llegado el momento de considerar al Frente Amplio ya no como parte de la solución, sino del problema, que repetimos, no es exclusivo de la izquierda uruguaya. Ahora, si otras experiencias han transitado ya este camino y han planteado todas ellas soluciones similares ¿por qué no pensar que la nuestra intente las mismas que aquellas? Más claro: la actual unidad de la izquierda no será eterna. Variadas alertas comenzaron a encenderse.
Existe ya un núcleo de “indignados” de izquierda que no toleran más dilaciones, ni creen más promesas. Las reestructuras no llegaron, el “giro” a la izquierda tampoco, e imaginan el momento en que Tabaré firme contra el aborto y les vienen nauseas. De mística ni hablar, apenas queda la nostalgia. Ya han dado señas, potentes aunque silenciosas, a la uruguaya: el voto en blanco tanto a la Intendencia de Montevideo como a la presidencia del FA son hitos verificables.
Cierta vez, un político nacionalista, hace muchos años, afirmaba que “en la calle”, lo que se percibía era la desaprobación a la gestión del gobierno. Luis Batlle, presidente en ese entonces, replicó astutamente que no conocía las calles por las que su opositor transitaba, pero por las que él caminaba, el sentimiento era absolutamente el contrario. Bien, por las calles que yo transito, el sentimiento de un grupo importante de militantes ó exmilitantes de izquierda es de desconsuelo, cuando no de indignación. Los tiempos electorales se aproximan y ya muchos proclaman a viva voz que no volverán a votar al Frente Amplio, al menos en primera vuelta. Algunos menos, más aún si Tabaré es el candidato, tampoco en la segunda. Hace pocos días, Bottinelli afirmó sin dudarlo, que basta que la mitad de quienes votaron en blanco a la intendencia la elección pasada, repitan en las nacionales, para que se ponga en duda seriamente una nueva victoria frenteamplista en 2014.
En este estado de situación y atrapados entonces en un callejón sin salida, los “indignados” de la izquierda uruguaya podrán terminar siendo los causantes de la derrota frenteamplista. Para algunos esto no es problema: cuanto peor, mejor, era una de las consignas de cierta izquierda en los sesenta. Lo peor terminó siendo lo peor, y eso es historia.
¿Es eficaz el camino de la abstención, la anulación ó el voto en blanco? En los dos primeros casos, el efecto es casi nulo; en el caso del voto en blanco, dependiendo de la magnitud y de la “organicidad” del mismo, marcará, como ya lo ha hecho, no más que un signo de disconformidad, que no es poco, aunque continúa siendo un camino, por definición, sin propuesta, lo cual limita el campo de acción.
El Uruguay nostálgico prevalece, aún dentro de las filas de la izquierda. El paso más allá del Frente Amplio no es sencillo. La historia nos pesa, pese a que el presente nos desafía. Es difícil reconocer aún cuáles son los puntos de comunión de los indignados de la izquierda; estamos aún, unidos por el espanto. No importa, si de algo sabemos es de resistir. La historia de la izquierda, es en gran medida, una historia de resistencia.
La posibilidad de una nueva organización de izquierda no frenteamplista asoma en el horizonte. Es difícil prever cuándo, quién tirará la primera piedra y cuántos se atreverán a desafiar su propia historia.
En la propia génesis del Frente encontramos antecedentes de situaciones, que en algún aspecto tienen cierta analogía. ¿Qué otra cosa hicieron si no, Enrique Erro y Zelmar Michelini cuando encontraron agotados los caminos en sus partidos de origen? Se podrá argumentar que las urgencias eran otras y la coyuntura también. Más cerca en el tiempo y bajo distintas circunstancias, el 26 de marzo, la Corriente de Izquierda, Zabalza, rompieron sus compromisos frenteamplistas, aunque sus proyectos no prosperaron.
Pero, ¿no es éste también tiempo de urgencias? El país viene tomando decisiones que afectan a su estructura como tal, como bien afirmó el Ministro Lorenzo esta semana. Decisiones que muchos no compartimos y que serán muy difíciles de revertir una vez echadas a andar. La construcción de un puerto de aguas profundas en la costa oceánica, el desarrollo de la minería a cielo abierto, la construcción probable de alguna otra pastera de celulosa, entre otros tantos mega emprendimientos, cuestionan el Uruguay que conocemos. Y en estos temas, más allá de declaraciones tribuneras, oposición y gobierno están básicamente de acuerdo. ¿Son éstos los cambios estructurales que una izquierda debe proponer?
Por último, y a modo de ejercicio “retroprospectivo”: ¿Cuáles hubiesen sido los resultados en el parlamento si el voto “50” para la aprobación de las leyes tanto del aborto como la que anuló los efectos de la impunidad no hubiesen sido los de Semproni y Posada?
Ahora sí, mirando hacia el futuro próximo: ¿Qué decisiones tomaría el Frente Amplio si en vez de arriar votos atrás de Tabaré tuviese que negociar con una fuerza política de izquierda que, aunque minoritaria, fuese necesaria para alcanzar el gobierno y las mayorías parlamentarias? ¿No será, estratégicamente hablando, y desde una perspectiva de izquierda, un camino mucho más eficaz?
Las mieles del capitalismo de un pobre presidente (Nos vamo a joder todos por nabos)
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