Desde hace siglos, como quien dice
La impresionante mole de tejido
adiposo con lentes y gorra visera, baja los peldaños de la escalera de mármol
como una hiena obesa e impúdica atenta a los sonidos de la espesura de la selva
de cemento de un Montevideo atento a la tormenta en ciernes, mientras suenan
los truenos y el cielo se pone negro como el carbón.
Abajo, le espera al bicho redondo una
multitud de cámaras y micrófonos y un montón de gente expectante y ansiosa por
lo que haya pasado con él arriba, encarado por la jueza Mota y las preguntas
que esperan respuestas desde hace como cuarenta años.
La cara del animal esférico y pesado
no denota miedo alguno. Tampoco altanería de fiera acorralada que sabe que en última
instancia, pase lo que pase, allí nadie se cobrará con muerte la muerte de Aldo
Perrini, el heladero coloniense asesinado en la tortura del pleno auge de los
que todavía no eran mastodontes rellenos de la buena vida gastronónica y los
finos licores que les deparó la tranquilizadora ley de impunidad.
El general asesino bajó la escalera
sin sospechar el par de cascarazos que le propinaría Nino, el hijo de Perrini
cuya niñez fueron años de desconsuelo y lágrimas por la ausencia inadmisible de
un padre bueno y laburante ejecutado por protestar viendo cómo los milicos de
mierda torturaban a unas muchachas detenidas bajo el “estado de guerra interna”
decretado por los partidos de la vacunocracia financiera del Uruguay fascistizado.
El hipopótamo de lentes y gorra
marrón, la grandiosa bolsa de pedos, el amasije grotesco de grasa y verrugas
militares, había podido eludir una vez más la instancia judicial gracias a una
chicana burda pero relativamente efectiva planteada por el sujeto que estudió “Derecho”
para defender hijos de mil putas que tendrían que haberse podrido entre rejas
hace mucho rato.
Pero no pudo eludir las manos llenas
de justicia y dignidad de un hombre de laburo, como su padre, sin charreteras
ni suculentas jubilaciones de verdugo del pueblo laburante.
Dentro de un rato, ahora mismo, las
bolsas de pedos civiles y militares “ofendidísimas” por los sopapos de Perrini,
reclamarán al menos la “prisión domiciliaria” para él, mientras el generalote
sopapeado se atrinchera en el hospital central de las FF.AA. de la burguesía
cipaya, “descompensado”.
Volverán a intentar crucificar a la
jueza Mariana Mota exigiéndole el procesamiento del “agresor”. Clamarán por el
respeto y la invocación de que abandonemos los sentimientos de venganza. Lograrán
seguramente alguna medida gubernamental que haga sentir a la jueza en la “obligación”
de actuar de oficio y “judicializar” los cascarazos de Nino Perrini.
Lo harán, lo están haciendo, mientras,
sin que sea muy visible pero sí olfateable, siguen urdiendo la trama asesina de
la recomposición del gorilaje alcahuete de los yanquis y cuanta mafia se crea
dueña del planeta.
Lo harán, lo seguirán haciendo, porque
no mazcan mierda ni se ilusionan con edulcorados cantos de sirena de “integración
social” entre los exponentes enfierrados de la clase dominante y el resto de
los pobres mortales que apenas tenemos un par de manos para defendernos, pero
que serán muchas manos y mucha fuerza, si nos resolvemos a juntarlas y a
usarlas al menos cuando los nervios de la dignidad popular nos lo reclamen y no
podamos ya seguir bancando lo que venga así como así.
Ayer, 13 de junio de 2012, en vísperas
del cumpleaños 84 de Ernesto Ché Guevara, la impunidad capitalista recibió en
Uruguay el par de bofetadas que todos estábamos esperando desde hace mucho,
muchísimo tiempo.
Desde hace siglos, como quien dice.
Gabriel –Saracho-
Carbajales,
14 de junio de 2012, fecha del nacimiento de Ernesto.
La cagalera de un cobarde
De FacebookLa historia de Piero Perrini
Guardado en la memoria
Este jueves declararon ante la Justicia los militares Pedro Barneix y Washington Perdomo por el homicidio del heladero de Carmelo, Aldo Perrini. Su hijo Piero, contó a Montevideo Portal cómo se enteró de que su padre había sido asesinado y por qué demoró 30 años en hacer la denuncia.02.03.2012 |
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