“Solamente existe un sentimiento mayor que el amor a la libertad:
el odio al que te la quita”. (Ché Guevara).-
Me daré en este amanecer muy frío del sábado
2 de junio de 2012 -a tres semanas del cumpleaños 86 del Viejo Hélios y a unas
horas nomás de su muerte- el lujo de saludarlo como no podrá hacerlo –ni lo querrá
hacer- ninguna de las renegadas ni ninguno de los renegados que lo usaron y
rehusaron para irse facilitando a sí mismos las trepadas felonas y adulonas de
la aurora “progresista” de los ´90.
Lo hago como no pueden hacerlo las renegadas
y los renegados “militantes” que a fines de esa década infame, le pegaron una
patada en el culo tratando de estigmatizarlo, ridiculizarlo, fantaseando en
vano con la miserable ilusión de silenciarlo y convertir sus ideales y su
consecuencia indoblegable en inmundicia politiquera a un tris de la traición definitiva.
Lo hago junto a muchas otras y muchos otros
que en el “hasta luego” del velatorio o en el cementerio –o, tal vez, a la
distancia-, no bajaremos los párpados de verguënza, sino de dolor sincero por
la pérdida del querido Compañero caído verdaderamente en combate.
Lo hago rindiendo honores no al muerto, sino
al ser humano íntegro cuya vida fue grande porque supo enseñar a otros hombres
y otras mujeres a vivir la vida con dignidad, sin arrastrarse ni postrarse a
los piés de los que han creído ser poderosos e invencibles.
Lo hago absolutamente decidido a reclamarle a
alguna de las renegadas o a alguno de los renegados que se atreva a hacer acto
de presencia en nuestra despedida, que grite bien fuerte: “¡Yo lo traicioné; yo traicioné
los ideales y los principios por los que este hombre peleó hasta sus últimos
días!!!”.
Y, si no, que se vayan a llorar lágrimas de
cocodrilo a cualquier otro velorio.
El Viejo odiaba la unidad entre hipócritas,
después de todo; y mucho más la cínica “unidad acongojada” ante la muerte.
Hélios, en 1998, después de años y años confiando
en personajitos que a esas alturas sólo se movían por rastreras apetencias
personales amparadas en el fanatismo sectario que florece y estalla en el amiguismo
político a ultranza, todavía tenía ciertas esperanzas de que únicamente nos estuviesen
separando de los falsos “históricos”, desavenencias táctico-estratégicas,
nomás, y no infranqueables distancias en el plano de los principios y los
valores revolucionarios más elementales y enaltecedores de la condición humana,
como ya podía olfatearse desde mediados de esa década.
Entreví la pérdida definitiva en Hélios de
esos restos de esperanzas, en la total palidez de su rostro cuando oyó que uno
de esos falsos “históricos” –uno de los que El Viejo esperaba algo de
honestidad revolucionaria, un poquito al menos, aunque fuesen restos nomás-
susurraba al oído de los que se dirigían a las sillas congresales de fines de
ese año, recostado a la pared, con los brazos cruzados y con cara de buey degollado
y fingido alarmismo:
“Hay que cuidarse las espaldas, compañeros…”, mientras otro
“pre-histórico”, en pedo y desaforado, como era su estado permanente, gritaba a
voz en cuello tapando los conceptos del “disidente ultra” en uso de la palabra:
“¡Traidores,
traidores, manga de traidores!”…
Unas horas después, cuando ya dos centenares
de compañeras y compañeros hartos de tanta exhibición de travestismo ideológico
sin remedio e impresionante podredumbre moral, habíamos puesto los piés en
polvorosa para respirar otros aires menos contaminados, unas copas y un cafecito
entre “ultras” fue la cita obligada intentando la necesaria catarsis tras el heroico
cruce del Rubicón que significaba irse del “MPP” en vísperas del triunfo electoral
y de la derrota ética ya enquistada en los corazones posibilistas ganados por
el triunfalismo barato y el patético exitismo mediático.
Hélios, por supuesto, fue en ese boliche
invadido por leprosas y leprosos escupidos por los “históricos” de la 609, uno de
los que no paraban de hablar y de exteriorizar sin mucho gré-gré, sus fuertes impresiones sobre la histórica jornada en la
que, rengos, magullados y patoteados, una caterva loca de “principistas”
dándose de patadas con el posibilismo y el oportunismo conjugados, nos fuimos de
esa cueva para seguir militando “en situación de calle”, en harapos, sin
aparato, sin más recursos que la sangre hirviendo y una bendita y orgullosa vergüenza
insurrecta a flor de piel.
A alguien se le ocurrió en el boliche, con
muy buen tino, proponer un brindis celebrando el postergado divorcio político,
pero Hélios no lo escuchó. Seguía hablando, entremezclando embroncados comentarios
con espontáneos pronósticos de cómo nos iría fuera del “alero” ya fagocitado
por el “posmodernismo maduro y responsable”. Hélios no paraba de referirse a la
situación, de agitar sin fatigarse, de arrimarle leña a las pequeñas brasas de
dignidad todavía ardientes y humeantes que éramos los “disidentes”.
Y al proponente del brindis, en cierto modo caliente
con la sordera y la locuacidad imparable del Viejo, le salió del alma el grito
pelado de “Hélios, ¡por favor, no volantées más por hoy!”, con lo que le
arrancó no una queja, sino una estruendosa carcajada que le iluminó los ojos y
nos dejó ver que en su humanidad incansable había todavía mucha energía alegre
y mucha fe, a pesar de toda la mierda patotera respirada durante horas y horas
de triste monserga renunciante (porque fue eso aquel congreso: los que
renunciaban eran los que se quedaban haciendo los mandados para entibiar los vacuos
sillones de los que defendían las alianzas con la burguesía fascista y lamebotas,
aliada a su vez a las multinacionales hoy desesperadas por minas a cielo
abierto, forestadoras, plantas de celulosa, estancias sojeras, puertos, trenes,
transporte aéreo, etc., etc.).
Los que lo conocieron directamente al Viejo defendiendo
sindicatos y trabajadores perseguidos y burlados, jamás podrán olvidar sus
gestos de hombre que no solamente las vivía como abogado laboralista, sino
también como auténtico trabajador ofendido en su honor de tal. Ninguno de sus defendidos
de la insanía patronal -montada en el ventajeo de los impunes- olvidará los
arrebatos furiosos de El Viejo contra empresarios y mercenarios a los que
fusilaba con sus agudas miradas inyectadas de legitimo odio de clase, sin concederles
ni un milímetro de “razón” ni a ellos ni a los supuestos jueces encargados de
“dictaminar” quiénes la tenían.
“No tengo que calentarme demasiado –decía en voz baja
en los tribunales-; peleamos contra buitres aliados con palomos de pico afilado, y si te
calzan el punto, sos boleta de antemano…”. Sabía muy bien que los
“doctos” profesionales del derecho burgués lo consideraban no un “defensor”,
sino un “ofensor” de primera línea, inderrotable en la exposición de
argumentos, imposible de vencer por cansancio, incorruptible de pé a pá, a
diferencia de unos cuantos “asesores letrados” representantes de los chupasangre
organizados en el Estado burgués.
No había jueza o juez que no supiera que Hélios
había consumido noches y días –años y más años de autoformación militante-
buscándole a las leyes del capitalismo los recónditos vericuetos por los que se
colaban, escritos, sus propios anacronismos y sus contradicciones de lógica y
de hecho, aprovechables tan siquiera para hacer menos penosa la explotación y
la opresión burguesas, y ganar sí o sí, con frecuencia, “juicios laborales” que
en general otros profesionales daban por perdidos a priori.
A los
excedidamente ortodoxos podrá parecerles un disparate, pero Hélios Sarthou era
un abogado con conciencia de clase a pesar de que sus actividades corporales
más duras hayan sido nomás dos en las que descolló hasta casi lo 70 pirulos,
aunque sin prensa: el ping-pong y el fútbol.
No fue un buen burgués enamorado del proletariado;
fue un trabajador más, uno de los mejores de entre nosotros.
Después de la odisea fasanesca del diario “La
República” en perpetuo conflicto con los trabajadores gráficos, lo conocí más estrechamente
a Hélios en 1992 en el asesoramiento a las familias ocupantes de edificios abandonados
a medio construir bancados por un Banco Hipotecario que –en transas y manipulaciones
hasta hoy no aclaradas- había pagado millones y millones de dólares a empresas
promotoras fantasmas que se borraban afanando el dinero en la etapa finalista
de las obras.
Lo suyo fue más que un asesoramiento jurídico;
fue una auténtica vigilia solidaria y comprometida con los de bien abajo.
Estuvo siempre expuesto al riesgo de que se lo acusara de “complicidad” por
sostener invariablemente y fundadamente, que ocupar viviendas no era un delito,
sino un recurso popular extremo pero legítimo, el ejercicio de un derecho previsto
constitucionalmente bajo el carácter de “estado de necesidad” (“es
lo mismo que cuando no tenés para comer vos y tus hijos y te vas a un restorán,
comés lo indispensable, sin lujos, y en lugar de pagar, presentás un documento
de identidad diciendo que llegas a eso por hambre, por no morirte de hambre;
eso no es delito, aunque en general te metan preso y pretendan procesarte…”,
repetía siempre).
En uno de esos edificios, una madrugada en la
que una magistrada había ordenado que frente a él se apostara una nutrida
comitiva policial armada a guerra para ir amedrentando a las y los ocupantes,
la mitad de los cuales eran niñas y niños de menos de 10 años, El Viejo bajó de
su destartalado Mercedes ex taxímetro, se dirigió al inspector “a cargo del
operativo”, le extendió su mano derecha, se presentó y al oído, atrevidamente,
sin que nadie pudiera imaginarse la ocurrencia, le dijo:
“Mire, inspector; esto es cuestión de horas,
esta gente está viviendo encima de un subsuelo absolutamente inundado de mierda
y orina en el mismo lugar donde está el tablero eléctrico, que en cualquier
momento hace cortocircuito y esto va a volar al carajo con todos los que están
arriba y la gente que ande cerca de la entrada… Además, discúlpeme, esto es un
peligrosísimo foco de infección para el personal policial, que puede terminar
apestado y apestar a la familia…”.
Automáticamente, a través de su walkie-talki,
el oficial se comunicó con alguien de más arriba y en dos minutos la orden
judicial se fue al carajo como si efectivamente hubiese estallado el gigantesco
pozo negro ubicado en Boulevard Artigas y Goes, a unos metros de la lujosa
“Tres Cruces” en construcción, cráter insalubre que realmente existía y que
siguió existiendo durante mucho tiempo ocasionando serias enfermedades entre
los ocupantes y el mismo vecindario adyacente, provocando, además, frecuentes
colapsos eléctricos con apagones y pequeños focos ígneos.
Cuando las fuerzas represivas se retiraron,
nos reunimos con El Viejo en el primer entrepiso nauseabundo y pestilente, él y
veinte familias a las que la vida les había dejado ya muy poco para perder.
Compartimos un amargo y unas tortas fritas, sin apuro y sin remilgos, con el
profesional de traje y corbata que no le hacía asco a vivir un rato lo que
otros sufrían día y noche.
Nos dijo: “Era estratégico que la policía
se fuera, que dilatáramos la posibilidad del desalojo compulsivo o la retirada
de la gente por miedo… Mañana tenemos la primer negociación con un gerente del
banco y eso por sí solo deja en suspenso el desalojo por la fuerza después de
procesarse a tres o cuatro cabezas de turco elegidos por alguien…”.
Mirta, una morena grandota que se había enamorado
de la “audacia” del viejo, no se contuvo y le preguntó: “Doctor, ¿qué quiere decir estratégico?”…
Y la respuesta fue una pinturita de lógica dialéctica para encuadrar, aplicada
al lenguaje y el entendimiento popular: “Mire, Mirta, quiere decir algo así como que
si usted se peleó con su marido y él le dice que se va a ir y usted no quiere
que se vaya porque la cosa no es tan grave y todavía se quieren, pero usted no
quiere decírcelo, usted debe buscar la manera de que intervenga su suegra y
venga y le diga abrazada a usted: nene, pensá por lo menos en tus hijos, además
sabés que en casa no hay lugar…”.
Hélios Sarthou fue y seguirá siendo un grano
en la puerta del culo de la soberbia burguesa. Un infractor de sus propios
inventos para la dominación social; un reincisivo bisturí que viviseccionaba
las pústulas hediondas del poder y mostraba el cáncer del capitalismo hasta
para los ojos vendados de la justicia burguesa institucionalizada, de esa falaz
justicia sólo de palabra que fue concebida para jodernos a los debajo de por
vida, si fuera posible.
Hélios fue y es un revolucionario de hecho,
más allá de discursos, declaraciones, autoproclamaciones y coincidencias o
desavenencias acerca de cómo plantarnos frente al enemigo en cada ocasión. Fue
y es alguien que nunca será un ausente o un simple nombre y apellido en las
crónicas históricas.
No sabemos todavía qué plaza habremos de
tomar para bautizarla “Hélios Sarthou, Compañero”… Alguna será, a no dudarlo… Y
capaz que la de “Los Olímpicos”, esa de su querido barrio, sea la más adecuada,
sencillamente haciendo un agregado en medio de una buena movida callejera en la
que podamos escuchar a su colega Osvaldo De La Fuente –otro jugado
por los de abajo- cantando un buen tango como los que a Helios le gustaba
escuchar y a Osvaldo cantar.
De repente “Plaza de los Olímpicos – Compañero
Hélios Sarthou” no es mala idea, máxime si tenemos presente que el fútbol fue
también una de sus grandes y comprometidas pasiones de toda la vida y que,
practicándolo, también supo dar cátedra sin atenerse demasiado a las buenas
costumbres de la academia y sin mucho respeto por lo “políticamente correcto”
en materia de reglas que caducaron con la desaparición de la pelota de cuero
cosida a mano y los jueces con calzones hasta las pantorrillas.
Eso y mucho más, muchísimo más y más groso, lo
tendría otra que merecido Hélios.
Aunque lo que más se merece El Viejo es que sigamos
y enseñemos a seguir su ejemplo práctico y contundente de coherencia indomable,
su coraje y su irrompible voluntad de no dejarse tentar ni por las lisonjas intelectualoides
del ego ni por las mieles amargas que llegan a saborear algunos, solamente algunos,
de los que sueñan ser poderosos y llegan a traicionarse a sí mismos con tal de
serlos.
Ha muerto un simple mortal, pero sobrevive un
luchador extraordinario, de esos que siguen viviendo en las entrañas de quienes
pudieron ver en su ejemplo, la meta y el camino.
¡Cháuuuuuu, Hélios!.
¡Seguiremos “volanteando”!!!.
¡Venceremos y vos estarás para brindar con todas
y todos!!!.
Gabriel –Saracho- Carbajales, 2 de junio de
2012.-
Un gran referente de la izquierda uruguaya
El ex dirigente del Movimiento de Participación Popular, fundador del Frente Amplio e impulsor de Asamblea Popular. Años atrás había abandonado la coalición de izquierda por disentir con varias decisiones del gobierno de Tabaré Vázquez. .
MARTHA PASSEGGI.
reportera-gráfica
Video streaming by Ustream
Palabras de Silvio Amodei
.
Opiniòn de Economista Josè Antonio Roca
.
Una producción de Tierra Libre
.
...que la tierra te sea leve compañero...
ResponderEliminar