De genocidios e impunidades
Otro torturador es
apresado. Las crónicas dicen: uno más, en Argentina, Plan Cóndor, el segundo
detenido de los requeridos por la justicia italiana. Las heridas estallan, este
“uno más” significa además otras muchas historias amontonándose durante casi
treinta y cinco años
Por Anahit Aharonian1
Los distintos
medios de prensa dicen que este militar retirado está acusado de varias
muertes. Las eternas angustias afloran: es inaceptable “medir” a los
torturadores, no deberíamos medirlos solamente, repito, solamente por su
responsabilidad en el asesinato o desaparición de compañeros. ¿Es más
torturador uno cuya tortura llevó a los compañeros hasta la muerte que otro que
“sólo” destrozó vidas y sueños? Tras interminables sesiones de torturas,
físicas y psicológicas, unos fueron desaparecidos y/o asesinados, otros fueron
condenados a largas y muy duras condiciones de prisión en un “universo
concentracionario”,2 a otros les implicó tomar el camino del exilio,
del desarraigo, y al resto de la población se la sometió a una vida dominada
por el terror durante más de una década, cuyas innegables consecuencias aún
padecemos.
Los sentimientos y
pensamientos se atropellan, estallan las heridas abiertas por acumulación de
dolor, de rabia, de largos, muy largos años sintiendo enorme impotencia. No
encuentro cómo seguir, quizá por temor a comenzar y no lograr parar. Elijo,
entonces, hacerlo a partir de trozos de mi sintético testimonio contenido en De
la desmemoria al desolvido.3
Mis orígenes. Mi madre por un
lado y mi padre por otro, llegaron a Uruguay donde se conocieron y lucharon por
la causa armenia. Ambos eran sobrevivientes de la masacre de 1915, y vivían el
exilio forzado al que fueron sometidos los armenios. Querían volver a su tierra,
el gobierno turco debía reconocer el genocidio cometido contra la mitad de la
población armenia, reconocimiento que aún estamos esperando.
Crecí escuchando
las anécdotas de familiares perseguidos y desaparecidos, de pueblos enteros
masacrados y de la lucha de los armenios a lo largo de siglos y siglos, pero en
particular en este siglo que me incluía.
Un día de 1972, las
Fuerzas Armadas allanaron la casa de mis padres y estaba mi abuela materna.
Irrumpieron bruscamente ocupando toda la casa, revisaron, golpearon,
pisotearon. Como consecuencia, ella quedó una semana postrada diciendo:
“Volvieron los turcos”.
Arpiné, una prima
de mi padre, estuvo desaparecida en Turquía durante cuarenta años. Fue una
vivencia profundamente estremecedora encontrarla, y todos los pasos que hubo
que seguir para traerla a Uruguay, donde estaban esperándola su madre y
hermanos. Imborrables son los momentos que de niña viví junto a mi familia, en
una mezcla de sufrimiento por todo lo soportado y ese asomo de alegría que
implicaba el reencuentro. Ella estuvo acá, con nosotros, hasta hace muy poquito
tiempo, muy dulce y cariñosa. “Hermanita”, le decía mi padre, quien había
perdido a sus hermanas a manos de los turcos.
Cuál no sería mi
sorpresa cuando uno de los oficiales que vino a mi casa a llevarnos detenidos
era hijo de armenios, Antranig Ohannessian Ohanian –o Antonio, como gusta
hacerse llamar–, quien supo conocer la historia de sus ancestros y con quien,
junto a muchos otros niños y adolescentes de la colectividad armenia, yo había
compartido actividades de canto, gimnasia, torneos deportivos, teatro en
armenio, etcétera.
No cabía en mi
asombro, era increíble ver cómo ese muchacho, que había quedado huérfano y
había recibido todo el cariño de la colectividad, era capaz de torturarnos,
robarnos, mentirnos, mentir a mi madre –quien tanto se había ocupado de él–,
disfrazarse para salir a la calle a reprimir y traer más y más presos al
cuartel donde primero fuimos torturados. Él era uno de los torturadores más
activos, teniente segundo en ese momento y pertenecía al ocoa.4
La caída. Cerca de
la medianoche del 11 de setiembre de 1973, mientras escuchábamos la radio –no
teníamos televisión– para saber más de lo que estaba ocurriendo en Chile, oímos
los golpes muy fuertes de aquellos que venían a llevarnos: el mayor Bonilla y
el teniente Ohannessian, alias “el Turco”.
A partir de ese
momento quedamos aislados, en un segundo perdimos contacto con el mundo, con
nuestro mundo, con todo: relaciones, amigos y compañeros y nos separaron a
nosotros dos durante once años y medio.
No recuerdo cuánto
tiempo duró nuestra situación de desaparición. Ohannessian era uno de los que
nos había llevado, nos torturaba física y psicológicamente en forma permanente.
Desde lo más profundo comencé a entonar el “Himí el Lrénk”,5 lo
cantaba con mucha fuerza o lo silbaba, era la forma que, aislada en un
calabozo, encontré para exteriorizar dolorosos sentimientos, como los de mi
abuelita.
Así, también
encontraba una forma para recordarle a este hijo de armenios sobrevivientes del
genocidio, que nosotros, los hijos de ellos, no íbamos a bajar nuestros brazos,
no íbamos a callar nuestra bronca frente a este que se había transformado en
verdugo.
El genocidio armenio
El 11 de noviembre
de 2002 presentamos nuestro libro, 6 a mi turno, decía: “Esta
melodía que intenté silbarles es una canción armenia que se llama ‘Himí el
Lrénk’. Una canción que viene de mis ancestros y que silbé y canté en el primer
calabozo en el que me encontré, intentando comunicarme con las compañeras y
compañeros que estaban en los otros calabozos. Aunque prohibido, el silbido era
una forma de comunicación. Esta canción en particular, refiere a la lucha de
los armenios enfrentando al enemigo que lo estaba masacrando, diciendo ‘No nos
callaremos ahora, hermano, ahora que el enemigo hunde su espada sobre nuestro
pecho. Libéranos, liberémonos...’”.
Ellos eran los que
decidían sobre nuestras vidas y nuestras muertes. Algunos quedaríamos vivos,
otros no y ya muertos decidían también si “aparecerlos” muertos o simplemente
desaparecerlos del todo. Ellos decidían cómo, cuándo y cuánto torturarnos,
hostigarnos y, sobre todo, dividirnos.
Nueve meses estuve
en el cuartel, la mayor parte en un calabozo sola, torturada, aislada. Un
calabozo totalmente blanco con luz potente prendida día y noche o con luz
apagada día y noche. Oía cuando traían compañeros a los demás calabozos, oía
sus desgarradores gritos, su sufrimiento, sus nombres... como todos los que
allí estábamos, distinguía al torturador de turno. El Turco, también llamado
“Babosián” por la tropa, parecía estar siempre “de turno”, se disfrazaba de
mujer, de pordiosero, de civil.
El victimario
permanecía impune, y como si eso no fuera suficiente, aparecía en las páginas
de “sociales”. Sí, nos sorprendimos la primera vez que vimos su foto en una
fiesta. En el lado izquierdo de la foto se ve al “señor Antranig Ohannessian” y
en la punta derecha de la foto su esposa, contadora de un grupo empresarial.
Marido y mujer en “sociales” festejando un aniversario de la firma J C Lestido,
integrante del Grupo d’Arenberg… La impunidad lo hacía un “señor”. Nos
preguntamos: ¿acaso ella sabía quién era verdaderamente su marido? ¿Qué saben
sus hijos de su pasado como oficial del Ejército?
Se festejaba al
verdugo y a quienes lo protegían, mientras se invisibilizaba a la víctima, un
inmejorable testigo de las tropelías cometidas.
* * *
Hoy Antranig
Ohannessian Ohanian está detenido. Duele que no sea la justicia uruguaya la que
haya tomado esta iniciativa. Duele en lo más profundo la constatación del
paralelismo entre el negacionismo del genocidio armenio y nuestra absurda y
ahistórica ley de impunidad: levantar las manos y anularla sería una
demostración de madurez política.
Un día de primavera
vino mamá a la visita y me preguntó: “¿Te acordás del ciruelo rojo que
plantaste en el frente del Club Vramián y del sauce que plantó Antranig?”.
“Sí, teníamos 13
años”, contesté, a lo que agregó: “El sauce se secó, el ciruelo está en flor”.
1. Uruguaya, presa política desde el 11 de setiembre de
1973 hasta el 10 de marzo de 1985.
2. Concepto tomado de El universo concentracionario, de
David Rousset, Anthropos Editorial, 2004.
3. De la desmemoria al desolvido, Editorial Vivencias,
primera edición, noviembre de 2002.
Publicado el viernes 4 de abril de 2008, en
ContratapaEl Muerto |||: DE GENOCIDIOS E IMPUNIDADES
LOS FUSILADOS DE SOCA DE ASESINATOS E IMPUNIDADES
Anahit Aharonian[i]
(Publicado en contratapa Brecha, 31 de diciembre de
2008)
Treinta y cuatro años después, el 21 de diciembre de 2008 parece que
finalmente les dimos sepultura a tres compañeras -una en avanzado estado de
gravidez-y dos compañeros. Cinco que eran seis, los fusilados de Soca,[ii]
los fusilados porque sí.
Diciembre de 1974.
Hacía ya un año y medio que habían disuelto el Parlamento, el país
entero convertido en una gran cárcel y las cárceles repletas. Entonces
inventaron nuevos centros de detención, no sé por qué se les llama
"clandestinos", como si la legalidad importara a quienes detentaban
el poder. Apenas mataron al coronel Trabal en París, incomunicaron a todos los
presos políticos, quedamos totalmente aislados, como castigo (¿castigo?),
incomunicados de nuestra familia, de nuestros abogados que entonces eran aún
abogados civiles. No sabíamos qué podía ocurrir, a qué nuevas situaciones nos
iban a someter a nosotros y también a nuestros seres queridos que debían
soportar una nueva carga de incertidumbre acerca de nuestra realidad. No
podemos dejar de tener en cuenta las fechas, las familias no sólo no contarían
con sus seres queridos en sus mesas de Navidad y año nuevo, sino que estarían
más que angustiadas ante esta nueva arremetida.
En el Penal de Punta de Rieles
Estábamos en el sector D, el de bolsillo rojo, que tenía ventanas
-pintadas de blanco- hacia el frente del edificio. Ellos vienen a buscarme,
¿cuáles ellos?, ¿por qué? ¿Dónde me llevarán? ¿Para qué? Siempre llegan y
gritan. Esta vez también: "Prepárese 009, póngase el uniforme de
visitas". ¿De visitas? ¿Qué visitas si estamos incomunicadas? Rápidamente
Alba[iii] se escabulle y se interna en el baño, se sube
al inodoro para vichar desde la banderola y ver si reconoce a algún oficial,
adelantarse para intentar avisarme. Es inútil, no reconoce a ninguno. Entonces,
¿quiénes son los que vienen a llevarme? Como mi "uniforme de visitas"
no está aún dobladillado, será el de Sandra el que me ponga. Se abre la reja
del sector en medio de un tenso silencio, las compañeras están alertas en todo
el penal, vichando a través de todos los agujeritos que hacíamos en la pintura
de las ventanas, queríamos/teníamos que reconocer a quienes me llevaban. ¿Sería
sólo a mí o se llevarían a otras compañeras? Bajamos las escaleras, me metieron
en un vehículo militar todo cerrado, me vendaron y así me trasladaron sin
explicaciones, sin decirme por qué, para qué ni hacia dónde. ¿Quiénes son que
se mueven con tanta naturalidad? Alba no los reconoció.
Soca y la Casa de Punta Gorda
El viaje no es largo. Estacionan el vehículo luego de que se abre una
especie de portón. Me arrastran escaleras arriba. Es raro el ambiente, no se
oyen soldados pero sí el sonido del mar, las olas rompiendo cerca. También oigo
voces de niños. Trato de mirar por debajo de la venda y veo piso de parqué.
¿Dónde estaremos? Parece absurdo, esto asusta más. No es un cuartel y eso da
mayor inseguridad, inseguridad que crece al ver guardias diferentes: en los
cuarteles los guardias son soldados de uniforme, acá no, acá los guardias están
de torso desnudo y portan armas que impresionan más, todo impresiona más y
ellos lo saben. Pero, ¿para qué me trajeron?
Simultáneamente me dicen que fueron al penal de Libertad a buscar a
Rubén[iv],
mi compañero, pero no lo trajeron a él, ¡ ¡ ¡trajeron a su hermano!!! ¿Error?
¿Generar una nueva confusión? ¿Irán nuevamente a Libertad a buscarlo? Comienzan
a "interrogar". ¿Interrogar acerca deque, si hace 15 meses que mi
compañero y yo estamos presos? ¿Sobre la muerte de Trabal? ¿A nosotros, bueno,
en este caso a mí? Resultaba grotesco, no entendía nada, ellos matan a un
oficial de su Ejército y me preguntan a mí quién lo hizo. Imposible creerlo.Y
tan descarada es la situación, tan impunes se sienten que me quitan la venda,
los puedo ver (¡¡los puedo ver!!), por lo que pregunto su nombre al primero que
tengo delante: "Mayor 300", es su única respuesta. Al siguiente no le
pregunté porque lo reconocí, era Gavazzo.
Cuando lo decidieron, algunos días después, me volvieron a vendar y me
llevaron de vuelta al penal, directamente a un calabozo de aislamiento, ¿para
prolongar la incertidumbre de todas las compañeras? Ellos eran los que decidían
sobre nuestras vidas y nuestras muertes. Algunos quedaríamos vivos, otros no, y
ya muertos decidían también si "aparecerlos" muertos o simplemente
desaparecerlos del todo.
Ellos decidían cómo, cuándo y cuánto torturarnos, hostigarnos y, sobre
todo, confundirnos a los de afuera y a los de adentro para -finalmente-
dividirnos. Finalizado el período de incomunicación de todas y todos los presos
políticos, llegaron las noticias: todo esto fue simultáneo a los fusilamientos
de Soca. Tiempo después supimos que habíamos estado en una casa de altos frente
al mar, al lado del hotel Oceanía, en el barrio de Punta Gorda, donde vivían
niños. También supimos que esos niños y sus mayores oían lo que ocurría en esa
casa, la hoy famosa por su clave: "300 Carlos".
[i] Ex presa política, detenida la noche del 11 de setiembre de 1973 y
liberada el 10 de marzo de 1985.
[ii] Héctor Brum, María de los Ángeles Corbo, Graciela Estefanell, Floreal
García y Mirtha Hernández.
[iii] Alba Sendic, apresada en abril de 1974 y llevada al mismo cuartel
donde yo estaba, el Cuartel de Trasmisiones 1 (ex Batallón de Ingenieros 5) hoy
Batallón de Comunicaciones 1 y 2.
[iv] Ruben Elias, preso político desde la noche del 11 de setiembre de 1973
hasta el 10 de marzo de 1985.
LOS FUSILADOS DE SOCA DE ASESINATOS E IMPUNIDADES
Hace 35
años que los asesinaron, hace sólo un año, el 21 de diciembre de 2008 sentimos
que recién les dábamos sepultura a tres compañeras –una en estado avanzado de
gravidez- y dos compañeros, cinco que eran seis, los fusilados de Soca, los
fusilados porque sí. María de los Ángeles Corbo (su embarazo era de seis meses
y medio), Graciela Estefanell, Mirtha Yolanda Hernández, Héctor Daniel Brum y
Floreal García Larrosa.
Hace también un año –mientras inaugurábamos el
mural de Marcelo Píriz en memoria de nuestros cinco compañeros casi seis- que
Amaral[1][1] preguntó
“¿por qué?” y no tuvimos respuesta. Nos miró uno por uno, pausada y
profundamente y volvió a preguntar pero no tuvimos ni tenemos respuesta.
Tantas preguntas han surgido desde entonces, y
casi todas comienzan con el “¿por qué?”:
20 de
diciembre de 1974
¿Por qué los fusilaron?
Dijeron que porque en París un coronel del
servicio de inteligencia había sido asesinado, era obvio que nosotros no éramos
los autores, todos nosotros estábamos acá presos. Por otra parte, era sabido
–aunque recién ahora aparezcan los testimonios- que al coronel Trabal lo
querían muerto sus propios camaradas de armas, ¿por qué, entonces, los
asesinaron a ellos cinco casi seis?
Cuando en 1973 los militares sacaron al primer
grupo de compañeras del penal de Punta de Rieles para aislarlas en cuarteles,
les dijeron que quedaban en calidad de rehenes. Luego sacaron compañeros del
Penal de Libertad y les dijeron lo mismo. Lo mismo ocurrió con las compañeras
sacadas en 1974.
Si eran éstas y éstos los rehenes, entonces,
¿por qué fusilaron a otros?
Dónde
estaban estos “otros”
El 8 de noviembre de ese mismo 1974, en un
operativo coordinado entre represores argentinos y uruguayos, apresan a un
grupo de uruguayos residentes en Buenos Aires junto al pequeño hijo de dos de
ellos. No se sabe cuándo, pero en algún momento antes de ese fatídico 20 de
diciembre ese grupo fue trasladado a Montevideo en el ahora llamado vuelo cero,
un vuelo especial mal denominado “clandestino” de la Fuerza Aérea uruguaya. Los
llevaron a la casa de Punta Gorda que se estaba “estrenando” como centro
clandestino de torturas, la casa conocida por su clave “300 Carlos”, una casa
de altos en la rambla, desde donde se oía el sonido de las olas pero también
las voces de los niños vecinos[2][2].
¿Por qué los trajeron? ¿Habrían ya planificado
su fusilamiento? ¿Habrían ya decidido quiénes sobrevivirían? ¿Por qué?
Pareciera que la respuesta respecto al niño se encontrara con facilidad: se lo
apropiarían los represores. Para acercarnos a la comprensión de la situación
compartimos una explicación que encontramos repasando el libro “Paisajes de Dolor,
Senderos de Esperanza[3][3]”: “Más
que la eliminación física de sus opositores, el régimen militar perseguía
implantar un control político y social a través de una política de terror sobre las masas.(…) se dirigía a toda la
sociedad, no sólo con los métodos más coercitivos, sino con estrategias más
colectivas y sofisticadas de producción de subjetividad que igualmente
diseminaban la impotencia y el silencio”.
Seguramente una forma de diseminar la impotencia y el silencio es la que encontraron al
liberar a Julio Abreu, bajo amenazas, apenas cuatro días después.
Cómo
vienen los recuerdos
Necesitaba reunirme con Julio, habíamos
compartido tiempo y espacio en esa casa de Punta Gorda devenida en centro de
torturas, pero no lo supimos entonces. Necesitaba armar la memoria de esos
días. Julio era protagonista y testigo. Nos reunimos en un boliche… imborrables
momentos de profunda conexión.
Hablaba del terror que sembraron, del miedo
profundo que le metieron, de las amenazas hacia toda su familia en caso que
contara lo que había vivido, lo que había protagonizado y de lo que había sido
testigo: le dijeron que a él y a sus afectos les pasaría lo mismo que a los
otros cinco-casi-seis. Eligieron el 24 de diciembre para liberarlo, y con todo
este bagaje de miedo pudo comprobar que era verdad, los habían fusilado. El
miedo se metió a fondo, el mismo miedo que tenía la población silenciada. Le
aseguraron que iban a vigilarlo, lo vigilaban, y también –quizá no tenga
importancia la diferencia- él sentía que estaba vigilado… el miedo penetra,
acaso el mismo miedo de cada ciudadano que cada día y cada noche estaba alerta,
tenso.
Julio,
compañero
Su charla fluye con naturalidad, como si siempre hubiéramos estado
conversando. Me cuenta qué pasó, confiesa que él estaba en Buenos Aires para
entrar a trabajar de ayudante en el laboratorio de la empresa Ciba-Geigy, tenía
22 años, no entendía nada de política, pero la realidad le hizo un curso
intensivo, conoció a valiosísimos luchadores, aprendió de y con ellos.
Otros lo ponen “bajo sospecha” por haber
sobrevivido, él tiene la grandeza de susurrar que no puede decir que a él no lo
mataron “porque no tenía nada que ver”, porque de ese modo justificaría el
asesinato de los compañeros y ese acto –insiste- no tiene justificativo alguno.
Curiosa situación: quien no tenía formación política alguna es capaz de tener
un pensamiento profundamente político, sin embargo otros, encaramados en una
suerte de soberbia, interpelan sembrando desconfianzas. Pregunto, ¿no son
capaces de preguntarse por qué cada uno de nosotros sobrevivió? Preguntémonos
entonces por qué unos fueron encarcelados, otros asesinados, otros
desaparecidos, otros asesinados y aparecidos, otros clasificados en categorías
A, B y C. Preguntémonos por qué a todos nos tocó vivir bajo el terrorismo de
estado.
Si en esas mismas fechas todos los presos
políticos habíamos sido incomunicados de la familia y abogados, ¿por qué no
eligieron entre nosotros a los fusilables?
Julio nos cuenta que un día antes del
fusilamiento, Graciela Estefanell le comunicó que ellos iban a ser asesinados y
le pidió que se conectara con los compañeros de la Organización y les dijera
que ninguno había hablado nada.
Se sintió culpable de no cumplir con el pedido
de una compañera a quien tanto había aprendido a respetar. Para ser honestos,
en diciembre de 1974, sin considerar las amenazas recibidas, ¿con qué
organización podría conectarse para trasmitir semejante mensaje?
Sin embargo, se sintió profundamente culpable
de su silencio, ahogó sus culpas/miedos refugiándose en el alcohol… aunque
siempre preocupado porque tenía “una deuda”, una deuda muy grande.
Cuando finalmente Julio pudo ir a declarar
ante un juez fue que pudo dejar su adicción, ya no estaba solo como antes.
19 de
diciembre de 2009
La Junta Departamental de Canelones decide
sumar su homenaje colocando un monolito al lado del Mural que habíamos
inaugurado en 2008.
A pesar de la fuerte lluvia, el homenaje se
hizo. Esta vez y antes de descubrir el monolito, Julio nos habló a todos
públicamente, agradeció a Roger Rodríguez, al Servicio de Rehabilitación Social
(SERSOC), a los compañeros, pidió disculpas. Esperamos llegue el momento en el
que desde la sociedad se comience a asumir los miedos paralizantes y los
silencios cómplices que habilitaron la permanencia de tanto terror durante más
de una década.
En el proceso de construcción colectiva de la
memoria se hace imprescindible contextualizar lo que recordamos, no podemos
obviar la escalada represiva que se vivía en todo nuestro Sur, ya mucho antes de
los circunstanciales golpes de estado. Para que el sistema pudiera imponernos
su modelo económico en una nueva etapa del desarrollo del capitalismo, el miedo
profundo y el silencio, fueron impuestos a sangre y fuego, con el objetivo de
eliminar la oposición y además todo intento de construirla.
Resulta entonces absurdo este pedido de
disculpas de una víctima, palabras que con tanto coraje pronunció Julio, ¿le
correspondía a él pedir disculpas o es al estado que practicó el terrorismo a
quien corresponde pedírselo a él y en él a todas las víctimas?
* Publicado en "noteolvides"
Nº 1, Marzo 2010, Revista de la Asociación de Amigas y Amigos del Museo de la
Memoria- Uruguay.
[2][2] Estos fueron los
sonidos que pude percibir cuando desde el penal de Punta de Rieles me llevaron
allí encapuchada e incomunicada para ser interrogada.
Ohanessian murió de cáncer de páncreas intratable.
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