Los represores llamaban "las monjitas voladoras" a las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet fotografiadas en la ESMA
Quien caía secuestrado por la dictadura podía tener tres destinos: que lo liberaran después de unos días o unos años, que lo fusilaran o que muriera en plena tortura o como punto final de esta. Los cuerpos eran enterrados como NN, o entregados a sus familiares como guerrilleros muertos en combate o arrojados al Río de la Plata, al Atlántico o al delta del río Paraná. Cuando un detenido salía de la ESMA con rumbo al vuelo final, se decía que era traslado, pero sus compañeros de cautiverio no sabían qué le iba a suceder.
“El traslado era un enigma, había un silencio sepulcral”, cuenta Ana María Careaga, superviviente de otro centro clandestino de detención, El Atlético, e hija de una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo que estuvo en la ESMA y murió en uno de los vuelos de la muerte. Los marinos llevaban en camiones a los detenidos hasta el cercano aeropuerto de Buenos Aires para vuelos domésticos, el Jorge Newbery, u otras bases aéreas y desde allí partían vuelos pilotados por integrantes de la Armada o de la Prefectura Naval (policía de mares y ríos). Las víctimas eran drogadas con pentotal, un barbitúrico que las sedaba por completo pero por poco tiempo. Alguien los empujaba del avión desnudos, atados de manos y pies, encapuchados y golpeados.
Con este tipo de aviones se hicieron los "vuelos de la muerte".
Solo algunos cuerpos fueron encontrados e identificados, como el de la madre de Ana Careaga, Esther Ballestrino, y el de otras cuatro mujeres que con ella integraban el grupo de los 12, que se reunían en la iglesia porteña de Santa Cruz para organizar la búsqueda de desaparecidos y que fueron secuestrados después de que el marino Alfredo Astiz, El Ángel Rubio, se infiltrara entre ellos. Entre esos restos identificados en 2005 figuran los de otras dos fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, Azucena Villaflor y María Ponce, y el de una de las dos monjas francesas de aquel grupo, Leonnie Duquet. “Las monjitas voladoras”, bromeaban los marinos en la ESMA, orgullosos de haber inventado un nuevo método de exterminio.
Duquet a la izquierda y Domon a la derecha. La primera llegó a la Argentina en 1949; la segunda, en 1967. Casi dos años después del golpe de Estado de 1976, fueron secuestradas por los militares
Alfredo Astiz se escondió mientras declaraba Gabrielle Domon, hermana de Alice Domon
Gabrielle Domon, hermana de una de las dos monjas francesas secuestradas por un grupo de tareas de la ESMA en 1977, expresó hoy su esperanza "de que este juicio llegue a la verdad", al brindar un testimonio en el que intentó "hacer comprender que esta mujer no era una terrorista". Astiz escuchó en un cuarto contiguo
La hermana de la religiosa Alice Domon, secuestrada el 8 de diciembre de 1977 junto el primer grupo de Madres de Plaza de Mayo al término de una misa en la Iglesia de la Santa Cruz de esta capital, se constituyó hoy en la primer testigo en declarar en el juicio que lleva adelante el Tribunal Oral Federal 5.
El principal imputado por este hecho, el ex marino Alfredo Astiz, alias "El Ángel Rubio", y quien se infiltró en el grupo como presunto familiar de un desaparecido, prefirió no escuchar a la testigo en persona y hacerlo desde un cuarto contiguo.
La mujer, junto con varios de sus cinco hermanos, hijos y sobrinos viajaron especialmente desde Francia para esta audiencia, aunque aclaró que desde hace ya algunos años están aquí "siguiendo los pasos de Alice en la Argentina". "Busco hacer comprender que esta mujer no era una terrorista", afirmó la pariente de la religiosa al justificar las cartas recibidas en los años anteriores al secuestro de su hermana en las cuales ratificaba "su compromiso con los pobres y los más necesitados".
A su vez, dijo que junto con sus familiares directos se hallaban "felices de participar (en el juicio) para que se haga justicia", a la vez que expresó su esperanza de que se "llegue a la verdad y tal vez dé alguna respuesta a nuestras demandas".
El inicio de la audiencia se demoró más de una hora debido a las dificultades en el traslado de los detenidos, por lo que además de Astiz, no estuvo presente -entre otros acusados- el ex represor Jorge "El Tigre" Acosta.
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Alfredo Astiz, el Angel Rubio de la Muerte
Alfredo Astiz, el Angel Rubio de la Muerte
La testigo reconoció la letra de una carta que habría escrito su hermana durante su cautiverio en la ESMA obligada por sus secuestradores, y dirigida al titular de la Orden religiosa a la cual pertenecía, junto a la otro monja secuestrada, Leonie Duquet.
Junto a ella se le exhibió una copia de la fotografía de las dos monjas debajo de una bandera de la organización Montoneros, que fue tomada en los sótanos de la ESMA y difundida luego en los medios internacionales, para hacerlas aparecer como integrantes de esa organización armada.
En su relato de aproximadamente dos horas, leyó párrafos de aquellas cartas enviadas por su hermana a principios de 1977 a su regreso de Francia en las que daba cuenta de la "difícil situación" que se vivía en la Argentina, donde "la persecución es cada vez más grande".
"Vale la pena dar la vida solidaria con los que sufren por la misma causa", señala la religiosa en ese texto en el que da cuenta además de su "acompañamiento" a los primeros grupos de madres que buscaban a sus hijos desaparecidos.
Al respecto, Alice Domon decía tener "miedo de dejarlas solas" y por esa razón estaba organizando retiros espirituales "para que juntos meditemos en el sacrificio que les es pedido para no correr el riesgo de estar desesperadas en el momento que mas necesiten de Dios".
Respecto de la desaparición de su hermana, recordó haberse enterado el 10 de diciembre de 1977 del secuestro de las dos religiosas a través de un cable de la agencia AFP y que de inmediato su padre y el resto de su familia se movilizó ante el Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia.
"En el momento pensamos que habría un juicio y que las íbamos a encontrar. Si bien estaban en prisión (pensaban) que les iban a hacer algún reproche y que iban a salir", recordó.
Al respecto la jerarquía eclesiástica de Francia y el gobierno realizaron los primeros reclamos, pero las respuestas del gobierno argentino fueron meramente formales, sin dar datos concretos acerca del paradero de las monjas.
Igual suerte corrieron las cartas enviadas al Vaticano y al Papa "gestiones que eran respondidas de manera administrativa expresando el apoyo pero nada concreto".
"A través de los años mi padre dio su vida y no sabía a dónde dirigirse para saber lo que había pasado con su hija", explicó, a la vez que recordó que Astiz había sido juzgado en rebeldía por la justicia francesa y condenado a prisión perpetua el 16 de marzo de 1990.
Amalia Larralde sobreviviente de la ESMA, relató desde su secuestro el 15 de agosto de 1978, a partir del cual fue sometida a sesiones de torturas en dicho centro clandestino de detención.
Quien constituyó la primera testigo en haber vivido personalmente los horrores propios y de otros detenidos ratificó la existencia de "traslados", nombre con el que eufemísticamente se denominaba a los llamados "vuelos de la muerte" y la aplicación de inyecciones de "pentonaval" a los prisioneros que luego iban a ser arrojados a las aguas del Río de la Plata.
Entre ellos mencionó al dirigente Daniel Echeverría, quien había sido herido en una pierna y quien fue inyectado por "un enfermero".
Larralde hizo referencia al parto de la detenida embarazada Patricia Rosemblit, a quien asistió junto con un médico de apellido Magnasco, a la vez que recordó que "muchos oficiales estaban al corriente de esto".
A su vez, mencionó que Acosta le había advertido: "vos no viste nada de esto", en ocasión de asistir a otras mujeres a punto de que dieran a luz en la ESMA, en colaboración de otra sobreviviente Sara Solarz.
También recordó que en el último tiempo de permanencia en la ESMA se vivió un clima "esquizofrénico" cuando Acosta, jefe de Inteligencia y del grupo de Tareas 3.3.2 iba a ser trasladado.
"Los mandos le criticaban haber dejado gente viva" y se reprochaban "haber construido un monstruo difícil de controlar", explicó
Respecto de la primera de esas aseveraciones, Larralde coincidió con los dichos de Acosta en este mismo juicio semanas atrás, y la segunda frase se atribuye al ex comandante en Jefe de la Armada Eduardo Emilio Massera.
"Acosta pidió ir a España pero los reyes no quisieron", relató a la vez que mencionó que por esa época "nos llevaban a comer afuera y tanto él como sus oficiales eran imbancables".
lunes, 10 de diciembre de 2012
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