Por Gabriel Carbajales
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De
aquellos “amores a primera vista” del amargo 1972 (y los otros amargos que siguieron,
por supuesto), hay algunos que –es la pura verdad- no me explico cómo han podido
perdurar sin mellarse en lo más mínimo, incluso en el más invencible distanciamiento
físico y en el absoluto desconocimiento de la vida de cada cual (no hablemos ya
de “visiones políticas” actuales, de autocríticas o de algo parecido) por décadas
y décadas de ausencias que tal vez tengan algo que ver con este sentimiento entrañable
y fortísimo, que, por desgracia y por suerte, parece crecer como levadura tibia
cuando nos enteramos de que “fulano” o “fulana”, la quedó vaya uno a saber en
dónde y cómo…
Una
caterva incontable de aquellos atorrantes “aventurer@s y romántic@s” que por entonces
arrancamos pelito y agarramos pa´l “monte urbano” con un fierro entre las sienes
y un par de molotov listas para hacer moco esta podredumbre de capitalismo, nos
conocimos realmente –realmente, sí, en cuerpo y en corazón- en los cuarteles,
amarrocados, vejados, violados, humillados, y, por cierto, derrotados por
paliza y sin poder tener ni la más pequeñísima esperanza de que en la cortita “las
masas insurrectas” nos despegaran a los tiros y al degüello de las pezuñas
mugrientas de los verduguitos del “proceso” con charreteras de hojalata y discursitos
de “peruanismo mercenario”.
Al “Poca”
(“Poca Vida”, porque era un hueso caminando; mejor dicho uno de los muchos “Poca
Vida” que hubo en las mazmorras “patrióticas” y “democráticas” de aquellos tiempos),
a Dardo Raúl Ferreira Gadea –unos meses después el “recluso 648”, hasta 1978-,
con el que “nos enamoramos” en el cuartel de La Paloma, en la Villa del Cerro
(Grupo de Artillería N° 1), en julio del ´72, lo ví por última vez (o así me
parece) subiendo del recreo perdido en un mameluco gigante, maltrecho y re-remendado,
que lo hacía parecerse a un muerto desprolijamente amortajado, hasta que
descubrías su sonrisa flaca, joven y felíz, inexplicable para el que no haya conocido
esa “dimensión casi desconocida” de la condición humana que es la convicción y
la fe en la causa aún metidos hasta el cuello en la mierda infecunda de una
dictadura lumpen-pequebú y pizarrera (la convicción, la fe y, también, un algo
de locura inteligente que te lleva a valorar de una manera inefable una buena
atajada en la “cancha grande” –donde se jugaba al fútbol, cuando te dejaban- o descubriendo
cómo Engels describía los vínculos dialécticos de la naturaleza en el “Anti-Dühring”*,
si no me equivoco, también mientras nos dejaron leer creyendo que hacerlo no
tenía nada que ver con la revolución para gente que, como estaban convencidos
los aprendices de fachos, saldría con las patas estiradas o apoyada en bastones
hechos con palo de escoba, jovatos como Mahoma y más gagá que Jorge Batlle o
los ministros de la SCJ).
En
realidad, la memoria me falla, creo. Capáz que sí nos vimos con “El Poca” luego
de que nos liberara un pueblo al que la burguesía temió no por andar a los
tiros pero sí por reclamar lo que resultaba inconcebible en el ´72 –no en la
cortita, pero sí en esa larguita que los más nazis todavía están por digerir
por más que Sanguinetti se haya roto la lengua explicándoles “el porqué
estratégico” de la amnistía y la “ley de pacificación”-…
(La
memoria de los ex es un aquellare, por cierto, y por esos “antojos de la ideología”,
recordamos más al torturador que el día de las últimas salidas se deshacía
preguntándonos si teníamos “dónde pernoctar” -así, mismo, “pernoctar”, como si
fuera un botón con academia y bondadoso dispuesto a darnos un lugarcito en el “casino
de oficiales” o en su mismo hogar, ¡qué dulce!-, que todo lo sublime de aquellos
millones de reencuentros que se entreveraron en los discos duros de nuestras
almas con la vertiginosidad de montaña rusa que, parece, a veces se adueña de
la lucha de clases, esta cosa rara que cuando parece dormida nos despierta con
los rugidos del trueno, y alegra a unos y asusta a otros y en un santiamén la
luna se hace sol y las estrellas nos hablan un idioma de futuro y justicia…).
En
resumen, no recuerdo nada posterior a la cana en cuanto a Dardo. Hé preguntado
mil y una vez por él, y no recuerdo tampoco ninguna respuesta precisa… De
pronto hubiera estado bueno rastrearlo por el famoso Facebook o algo parecido;
ni se me ocurrió (a los más obsoletos del museo sobreviviente, nos cuesta
hacernos fácilmente a esta “realidad de lo virtual”).
Hoy,
cuando Crysol nos enteró de su “último exilio”, apenitas si se me anudó la nuez
de Adán o de Darwin (¡qué sé yo!), pero sin una lágrima o un moco furtivo de
esos que te salen cuando sentís el resfrío de saber que nunca más podrás
abrazar y besar a quien has querido mucho y seguirás queriendo hasta que te
llegue la hora. No fue así, hoy, lo confieso, porque la muerte es muerte, en
realidad, según cómo te hagan vivir la vida los que nunca dejarán de ser para
vos un poderoso “referente”.
Casi
seguro que es mérito de esa inmensa vida del “poca ídem” que para mí no haya
muerto, pero la noticia no es una noticia fúnebre, para nada. Y aunque pocos
sepan quién y qué fue y seguirá siendo Dardo, tal vez se lo entienda mejor
sabiéndose que Dardo Raúl Ferreira Gadea, ese hueso caminante y alegre, fue uno
de los más grandes “anónimos” sin cartelería y sin fama que hubo cuando el MLN
era el Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros), y aun después, cuando la
cartetería y la fama fueron “encumbrando” a unos pocos que a la hora del Hasta
la Victoria Siempre, habrán de conformarse con un lacónico y a secas “hasta
siempre”, nomás, sin “¡Victoria”!.
“El
Poca” seguirá siendo mucha vida revolucionaria, y, para los que tuvimos la
dicha de que nos “enamorara a primera vista”, siempre andará entre nosotros con
pilchas que le quedan grandes y una sonrisa flaca, joven y feliz, de esas que
te va pintando la vida cuando ni la muerte borra tus convicciones y tu
indoblegable fe en la causa de los explotados y los oprimidos del mundo entero.
¡Cháu, “Poca”,
HASTA LA VICTORIA, SIEMPRE, sin que la muerte nos detenga!!!.
Gabriel
–Saracho- Carbajales, 20 de febrero de 2014, año de la dignidad.-
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