Ángela Álvarez MILITANTE REVOLUCIONARIA, NUNCA OFICIALISTA
Socialmente se habían producido cambios que entonces no
entendíamos en toda su dimensión.
En los años 68/68 se había vivido las primeras fases de una guerra
social entre la burguesía atacando y el proletariado resistiendo. Luego de la
potentísima campaña electoral y la consecuente dispersión y reducción de la
masa, a mera espectadora, sumado al triunfo del partido gubernamental en 1971,
todo va convergiendo hacia una guerra de aparato contra aparato. La gente que
había gastado sus energías en lo electoral sólo se asumía como espectadora de
un partido que entraba ahora en su fase decisiva: los penales. El encierro que
había logrado el Estado burgués era tal, que si no aceptabas el papel de
espectador, sólo te quedaba entrar en el aparato y esperar órdenes para
enfrentar al aparato militar de la burguesía. La frase del Che “el deber de
todo revolucionario es hacer la revolución” se interpretaba de forma limitada y
reestringida, como la necesidad de entrar al aparato, y contribuía a la
encerrona final. Aunque no nos diéramos cuenta, ya se había cumplido la batalla
decisiva del plan estratégico general del capitalismo, del imperio y de las
Fuerzas Conjuntas, tal como efectivamente se había planificado (ver libro
realizado por las Fuerzas Conjuntas en donde el primer punto de la estrategia
de liquidación era asegurar/imponer el circo electoral). Ahora sólo quedaba
ponerle el punto final, el más fácil para ellos, liquidar el aparato armado.
Las decenas de miles de proletarios ya no peleaban con su clase
contra el poder. Al contrario como clase sólo esperaban tal o cual acción del
aparato contra todo lo que consideraban injusto, mientras que individualmente,
eran solicitados para tal acción o colaboración en el aparato. Si antes la
represión no había podido acallar a los proletarios en lucha, sino que había
incitado a más lucha aún; ahora luego de la división electoral, luego del
festín y carnaval ciudadano, realizado por el Estado, lo único que quedaba para “oponerse a la
derecha golpista” era el “aparato armado”. Ya la encerrona era total, todo
convergía no hacia una guerra de clases, sino hacia un enfrentamiento entre aparatos
que estaba perdido de antemano. La batalla no podía ser más desigual: todo el
aparato represivo del Estado (¡no sólo nacional sino internacional del
capitalismo!), contra dos o tres pequeños aparatos armados que contaban a lo
sumo con algunas decenas de mujeres y hombres con buena voluntad, pero muy mal
armados y con bajo entrenamiento militar. Hasta los “proletarios con uniforme”
que tantas contradicciones habían tenido (¡en el 68/69 había habido cuerpos
represivos paralizados por el miedo o por sus contradicciones!), se iban
unificando detrás de las órdenes de los represores.
Ya era “papita para el loro”. Pero además para mejor preparar la
guerra, el Estado hablaba de paz y de perdón y la encerrona resultó total
cuando quienes hablaban de guerra y de solución militar eran los aparatistas,
los oficialistas Tupas…., muchos de los cuales, luego de los primeros golpes
represivos, pasarían a colaborar con el ejército y el Estado uruguayo.
Resulta sin embargo imprescindible reconocer que en este asunto de
la guerra implicaron a todo el mundo y que nunca hubo claridad contra ello. Tal
vez por aquella creencia, en la indestructibilidad del aparato, tampoco Sendic
se opuso y hasta hubo una declaración formal de guerra acompañando algunas
acciones (en Paysandú), que se presentan como prueba del desencadenamiento de
la misma bajo su responsabilidad directa.
Como muchos militantes entonces, con Ángela, y otros compañeros
(incluyendo a Sendic) hablamos varias veces de “la guerra”. Hoy pienso que
ninguno de nosotros entendía bien de qué
guerra se trataba, o dicho de otra manera, que la guerra que nosotros
imaginábamos no podía desarrollarse, porque el Estado ya había impuesto la
guerra entre aparatos y nosotros no éramos conscientes hasta que punto lo
habían logrado. El mayor triunfo de la
burguesía ya había tenido lugar: ya no había un empate social producido por
la respuesta masiva y clasista a los ataques de la burguesía y el Estado; sino
que la gran mayoría de la población estaba abombada y dispersada por el electoralismo
y sólo se vislumbraba la respuesta a “la dictadura” en base a “los Tupas”.
Antes, nosotros hablábamos y concebíamos una guerra social entre
los opresores y los oprimidos, entre explotadores y explotados, entre el poder
y la gente; pero aquella contraposición, poco a poco, había cedido lugar al
tira y afloje entre los milicos y la Orga. E incluso en esta mala postura, en
el mismo momento que quienes estaban con el dedo en el gatillo (preparando
submarino y picana), contra nosotros, hacían discursos de PAZ y concordia
nacional, había quienes, desde los Tupas, seguían cacareando como ganadores.
¡No tenían ni idea de lo que era una guerra, por eso cacareaban tanto acerca de
la misma! ¡La primera de las leyes de guerra, es precisamente que la gana,
quien más habla de paz! ¡Ejemplo: todas las guerras mundiales!
Otra cosa que indudablemente hizo el poder, para esa
transformación de la guerra social, en guerra de aparatos, fueron los
Escuadrones de la Muerte. Desde el principio de nuestras charlas y trabajo
común con Ángela nos planteamos la lucha contra esos aparatos, como se lo
planteaban entonces todos los compañeros. Nos sentíamos personalmente
amenazados. Evidentemente que entonces no sabíamos que era un método general de
la contrarrevolución que había sido utilizado en todas partes tanto por los
Estalinistas, como por las potencias occidentales (Francia, Inglaterra, Estados
Unidos, Alemania, Israel…) y que ya estaban operando en Uruguay. Creíamos que
eran “fascistas criollos” ligados a la JUP y no sabíamos que en realidad, la
JUP como otros fachos y milicos de un cierto nivel, habían sido formados para
ello, por las grandes democracias occidentales y que tenían planes sumamente
elaborados y fuertes apoyos internacionales.
Los luchadores sociales radicalizamos la acción de grupos
gremiales y estudiantiles en la denuncia, en el enfrentamiento y el accionar
concreto contra quienes aparecían como la expresión visible de esos “fachos”
que se aparentaban de lejos o de cerca con ese “Escuadrón”. Durante meses a las
bombas contra los militantes respondieron bombas contra las casas de personajes
siniestros del régimen y de colaboradores abiertos. Según, decía Ángela y
Mario, Sendic siempre había advertido, sobre el peligro de la guatemalización y
todos éramos conscientes de que si se entraba a responder, muerte por muerte, ello
desencadenaría un proceso que nos llevaría a la ruina. Sabíamos que si el
enemigo seguía con los asesinatos y nosotros entrábamos en ese proceso, íbamos
al muere, que el responder muerte por muerte era catastrófico, pero todo lo
hecho hasta el presente, en denuncia y publicidad, había sido insuficiente,
para parar las muertes de nuestros compañeros. En todas las estructuras y
grupos nos planteábamos el “qué hacer”, nos encontrábamos desesperados por una
situación terrible de terror, de asesinato de compañeros y de amenaza
permanente.
Eso sí lo discutimos bien con Sendic, y es lo que recuerdo mejor,
como una buena discusión. Sendic daba como ejemplo de lo que había que hacer lo
que le habíamos contado antes, la defensa de la gente por barrio en base a
mecanismos de alarmas colectivas, pero reafirmó que el matar a un facho porque
mataban a un militante sería catastrófico, que así no sólo no pararíamos nada
sino que sería un proceso interminable y sangriento que iba contra los
intereses humanos en general y que se beneficiarían ellos. Coincidimos en que
la violencia revolucionaria no es un fin, sino por el contrario, un medio que
busca eliminar para siempre la violencia del hombre contra el hombre; que
mientras que era normal que los fachos y milicos quieran ese tipo de sociedad
de asesinos, nuestro objetivo es muy diferente, y ganarían ellos y no nosotros,
en embretarnos en ese tipo de guerra sin
fin.
Sostuvo que por eso habían decidido no utilizar la supresión
física, hasta que con ella se lograra liquidar el centro y la cueva procreativa
de esos asesinos. También nos dijo que desde hace tiempo se buscaba conseguir
la información necesaria y que por eso no se había dicho nada. Nosotros más
bien respondíamos con la impaciencia y hasta reprochábamos que las energías se
dilapidaran en cuestiones electoreras y reformistas en vez de actuar. Nos
parecía absurdo que el aparato no sirviera ni para eso que era indispensable.
Fue entonces que nos dijo algo así como “ahora sí tenemos la información, ahora
si actuaremos y realmente verán que eliminaremos la raíz del problema”. El
asunto nos sorprendía y nos entusiasmaba mucho y quedamos evidentemente a la
expectativa…Ángela tenía más elementos, yo no.
Fue sólo después del 14 de abril que entendimos lo que había
querido decirnos y desde el principio vimos que si bien se había acertado
perfectamente al objetivo técnico,
se le había errado al momento político. La decisión era impecable, se
eliminaba la causa del mal, se había golpeado en el centro mismo del Escuadrón
y terrorismo de Estado, pero se había hecho en función de las posibilidades
técnicas (en función de cuando se dispuso de la información y se estuvo en
condiciones de operar) y no del momento político. Esa acción era totalmente
lógica y socialmente legítima como
respuesta social y hubiese sido una excelente acción política luego de los
asesinatos de nuestros seres queridos. Resultó mucho más difícil de hacer
avalar socialmente, cuando se hizo dado que, por las declaraciones de paz de
los milicos y de guerra de los Tupas, aparecía como una acción ofensiva de declaración de guerra.
En los hechos, el aparatismo había conducido a decidir esas
operaciones haciendo abstracción de las condiciones políticas y basándose
únicamente en las posibilidades técnicas del aparato. Con ello se estaba
cerrando la trampa: ¡nos estaban esperando! ¡por eso hablaban de paz!
Tenían todo preparado para hacer la guerra sin piedad al “Enemigo”,
tal como definen los libros de las Fuerzas Conjuntas a “los Tupamaros”. Sólo
estaban esperando que hiciéramos un acto que socialmente pudiese ser presentado
como “acto de guerra” del aparato, que despegara
a éste aún más de la población, para pasar a la guerra real y sin piedad contra
el mismo.
Yo nunca más tuve la posibilidad de hablar con Sendic
personalmente (cuando lo hice en los años 80, las condiciones habían cambiado
totalmente, había mucha gente e intereses diferentes en el debate, y hablamos
-y discrepamos- sobre otros temas), pero estoy convencido de que tampoco tenía
consciencia de que ese acto desencadenaría todo lo que el enemigo esperaba y activaría
la trampa, no para la guerra, sino para justificar la masacre que vino después.
Más, en aquella discusión nos dejó toda la impresión que, como nosotros, él
consideraba esas acciones limitadas, y en realidad defensivas y de respuesta contra la masacre de nuestros hermanos, como
totalmente diferente a las pretensiones de declarar la guerra que se bocineaba
desde el oficialismo (pero no retuve nada explícito de su parte en este
sentido). En efecto esta era una posición irresponsable e infantil que en
última instancia contribuyó a lo que el enemigo planificaba.
Es verdad, que incluso entonces y a pesar de todas las contras ese
acto, de liquidación física de los jefes del Escuadrón de la Muerte, que había
torturado y asesinado a nuestros compañeros queridos, tuvo una enorme simpatía
popular, es verdad que ese acto tal vez todavía hubiese sido avalado
socialmente y no conducía en sí mismo, hacia el enfrentamiento exclusivamente
entre aparatos. Pero, como se diría hoy, ya estábamos en el horno (guerra
aparato contra aparato) pero todavía había una puerta abierta…, todavía el
poder no podía legitimar cualquier cosa….
Sin embargo un mes después…¡cerraron la puerta del horno! El
Estado, los milicos presentaron los asesinatos que hicieron ese mismo 14 de
abril de varios queridos compañeros, como una respuesta, pero quedaba todavía
demasiado evidente que habían salido a defender “el ilegal” Escuadrón de la
Muerte (el resto del accionar terrorista del Estado democrático era todavía más
o menos legal) y el ejército no se sentía todavía unificado para salir a
torturar a mansalva como lo hizo después. Esto nos lo dijeron y confirmaron
luego, cuando estábamos presos, muchos soldaditos y algunos oficiales: ellos no
querían salir a reprimir y menos torturar a gente que hacía justicia…;”creíamos
que la guerra no era contra nosotros”
Pero de los dos lados se hizo lo posible para cerrar la puerta del
horno en el que ya estábamos. De “nuestro lado” los Tupas seguían gritando a
voces que ahora querían “la guerra y que “había que pasar al ataque” (¡cuando
el abc de las leyes de la guerra dicen lo contrario!) del otro se seguía
torturando y masacrando, pero declarando y jurando que se respetarían los derechos
de toda la población.
Luego vino la jugada maestra, que concluyó con la muerte de los
cuatro soldados, que teatralizada por el Estado
(puesta en escena de la foto tomando mate para los medios), sirvió para
mostrarle a la tropa indecisa que la guerra era también contra ella. Hasta la
contradicción de clase en el seno ejército, que siempre juega en contra del
terrorismo de Estado abierto (ejemplo: revolución rusa o mexicana), pasaba así
a segundo plano. Desde “nuestro lado” hasta los propios documentos que caían en
vez de llamar a la lucha de clases, a desertar el ejército represor y oponerse
a los oficiales, llamaban a la guerra contra el ejército. Era la otra pata del policlacismo frentista que junto con el
aparatismo unificaban al ejército contra la subversión: la destrucción de la
guerrilla se hizo inevitable.
Justamente en esos días nuevos compañeros, que estaban en otras
tareas pedían ingresar a la “lucha armada”… Ángela a pesar de sentir que la
cosa venia mal, siguió integrando gente, algunos fueron para las tatuceras.
Todo era vertiginoso no discutimos mucho; yo tomé la responsabilidad, a
contracorriente de decirle a varios que esperaran, que no era el momento… e
incluso paré a alguna integración que Ángela había promovido (¡cosa que recién
conocí, o me hicieron acordar, muchos años después!). Algunos de aquellos
compañeros se salvaron de la represión otros ingresaron de una u otra forma en
las estructuras armadas y fueron reprimidos y muertos en los años
subsiguientes, alguno se exiló y pudo zafar.
El desastre social fue inevitable: a la derrota física siguió la
derrota política. El reformismo y la democracia burguesa, que habíamos
combatido con todas nuestras fuerzas, se transformó en la única alternativa
social posible. La revolución social desapareció totalmente como perspectiva
durante muchas décadas. El Frentismo y el viejo programa de la izquierda
burguesa y de los milicos progresistas se impuso como única posibilidad. Hasta
muchos anarquistas dejaron de serlo y se hicieron frentistas y el Frente Amplio
pareció tener el monopolio de la contestación social. El ciclo se cerró cuando,
una vez salidos de la cárcel, los mismos aparatistas y oficialistas de antes,
junto con torturadores impunes se hicieron con el monopolio del poder del
Estado y el Capital. Ellos mismos escribieron la historia según la cual en este
país sólo se peleó en defensa de la democracia.
La reaparición de la perspectiva revolucionaria se hará
necesariamente contra todos ellos.
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