martes, 4 de septiembre de 2012

Borrador 9: la encerrona



Ángela Álvarez MILITANTE REVOLUCIONARIA, NUNCA OFICIALISTA

Socialmente se habían producido cambios que entonces no entendíamos en toda su dimensión.

En los años 68/68 se había vivido las primeras fases de una guerra social entre la burguesía atacando y el proletariado resistiendo. Luego de la potentísima campaña electoral y la consecuente dispersión y reducción de la masa, a mera espectadora, sumado al triunfo del partido gubernamental en 1971, todo va convergiendo hacia una guerra de aparato contra aparato. La gente que había gastado sus energías en lo electoral sólo se asumía como espectadora de un partido que entraba ahora en su fase decisiva: los penales. El encierro que había logrado el Estado burgués era tal, que si no aceptabas el papel de espectador, sólo te quedaba entrar en el aparato y esperar órdenes para enfrentar al aparato militar de la burguesía. La frase del Che “el deber de todo revolucionario es hacer la revolución” se interpretaba de forma limitada y reestringida, como la necesidad de entrar al aparato, y contribuía a la encerrona final. Aunque no nos diéramos cuenta, ya se había cumplido la batalla decisiva del plan estratégico general del capitalismo, del imperio y de las Fuerzas Conjuntas, tal como efectivamente se había planificado (ver libro realizado por las Fuerzas Conjuntas en donde el primer punto de la estrategia de liquidación era asegurar/imponer el circo electoral). Ahora sólo quedaba ponerle el punto final, el más fácil para ellos, liquidar el aparato armado.

Las decenas de miles de proletarios ya no peleaban con su clase contra el poder. Al contrario como clase sólo esperaban tal o cual acción del aparato contra todo lo que consideraban injusto, mientras que individualmente, eran solicitados para tal acción o colaboración en el aparato. Si antes la represión no había podido acallar a los proletarios en lucha, sino que había incitado a más lucha aún; ahora luego de la división electoral, luego del festín y carnaval ciudadano, realizado por el Estado,  lo único que quedaba para “oponerse a la derecha golpista” era el “aparato armado”. Ya la encerrona era total, todo convergía no hacia una guerra de clases, sino hacia un enfrentamiento entre aparatos que estaba perdido de antemano. La batalla no podía ser más desigual: todo el aparato represivo del Estado (¡no sólo nacional sino internacional del capitalismo!), contra dos o tres pequeños aparatos armados que contaban a lo sumo con algunas decenas de mujeres y hombres con buena voluntad, pero muy mal armados y con bajo entrenamiento militar. Hasta los “proletarios con uniforme” que tantas contradicciones habían tenido (¡en el 68/69 había habido cuerpos represivos paralizados por el miedo o por sus contradicciones!), se iban unificando detrás de las órdenes de los represores.

Ya era “papita para el loro”. Pero además para mejor preparar la guerra, el Estado hablaba de paz y de perdón y la encerrona resultó total cuando quienes hablaban de guerra y de solución militar eran los aparatistas, los oficialistas Tupas…., muchos de los cuales, luego de los primeros golpes represivos, pasarían a colaborar con el ejército y el Estado uruguayo.

Resulta sin embargo imprescindible reconocer que en este asunto de la guerra implicaron a todo el mundo y que nunca hubo claridad contra ello. Tal vez por aquella creencia, en la indestructibilidad del aparato, tampoco Sendic se opuso y hasta hubo una declaración formal de guerra acompañando algunas acciones (en Paysandú), que se presentan como prueba del desencadenamiento de la misma bajo su responsabilidad directa.

Como muchos militantes entonces, con Ángela, y otros compañeros (incluyendo a Sendic) hablamos varias veces de “la guerra”. Hoy pienso que ninguno  de nosotros entendía bien de qué guerra se trataba, o dicho de otra manera, que la guerra que nosotros imaginábamos no podía desarrollarse, porque el Estado ya había impuesto la guerra entre aparatos y nosotros no éramos conscientes hasta que punto lo habían logrado. El mayor triunfo de la burguesía ya había tenido lugar: ya no había un empate social producido por la respuesta masiva y clasista a los ataques de la burguesía y el Estado; sino que la gran mayoría de la población estaba abombada y dispersada por el electoralismo y sólo se vislumbraba la respuesta a “la dictadura” en base a “los Tupas”.

Antes, nosotros hablábamos y concebíamos una guerra social entre los opresores y los oprimidos, entre explotadores y explotados, entre el poder y la gente; pero aquella contraposición, poco a poco, había cedido lugar al tira y afloje entre los milicos y la Orga. E incluso en esta mala postura, en el mismo momento que quienes estaban con el dedo en el gatillo (preparando submarino y picana), contra nosotros, hacían discursos de PAZ y concordia nacional, había quienes, desde los Tupas, seguían cacareando como ganadores. ¡No tenían ni idea de lo que era una guerra, por eso cacareaban tanto acerca de la misma! ¡La primera de las leyes de guerra, es precisamente que la gana, quien más habla de paz! ¡Ejemplo: todas las guerras mundiales!

Otra cosa que indudablemente hizo el poder, para esa transformación de la guerra social, en guerra de aparatos, fueron los Escuadrones de la Muerte. Desde el principio de nuestras charlas y trabajo común con Ángela nos planteamos la lucha contra esos aparatos, como se lo planteaban entonces todos los compañeros. Nos sentíamos personalmente amenazados. Evidentemente que entonces no sabíamos que era un método general de la contrarrevolución que había sido utilizado en todas partes tanto por los Estalinistas, como por las potencias occidentales (Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Alemania, Israel…) y que ya estaban operando en Uruguay. Creíamos que eran “fascistas criollos” ligados a la JUP y no sabíamos que en realidad, la JUP como otros fachos y milicos de un cierto nivel, habían sido formados para ello, por las grandes democracias occidentales y que tenían planes sumamente elaborados y fuertes apoyos internacionales.

Los luchadores sociales radicalizamos la acción de grupos gremiales y estudiantiles en la denuncia, en el enfrentamiento y el accionar concreto contra quienes aparecían como la expresión visible de esos “fachos” que se aparentaban de lejos o de cerca con ese “Escuadrón”. Durante meses a las bombas contra los militantes respondieron bombas contra las casas de personajes siniestros del régimen y de colaboradores abiertos. Según, decía Ángela y Mario, Sendic siempre había advertido, sobre el peligro de la guatemalización y todos éramos conscientes de que si se entraba a responder, muerte por muerte, ello desencadenaría un proceso que nos llevaría a la ruina. Sabíamos que si el enemigo seguía con los asesinatos y nosotros entrábamos en ese proceso, íbamos al muere, que el responder muerte por muerte era catastrófico, pero todo lo hecho hasta el presente, en denuncia y publicidad, había sido insuficiente, para parar las muertes de nuestros compañeros. En todas las estructuras y grupos nos planteábamos el “qué hacer”, nos encontrábamos desesperados por una situación terrible de terror, de asesinato de compañeros y de amenaza permanente.

Eso sí lo discutimos bien con Sendic, y es lo que recuerdo mejor, como una buena discusión. Sendic daba como ejemplo de lo que había que hacer lo que le habíamos contado antes, la defensa de la gente por barrio en base a mecanismos de alarmas colectivas, pero reafirmó que el matar a un facho porque mataban a un militante sería catastrófico, que así no sólo no pararíamos nada sino que sería un proceso interminable y sangriento que iba contra los intereses humanos en general y que se beneficiarían ellos. Coincidimos en que la violencia revolucionaria no es un fin, sino por el contrario, un medio que busca eliminar para siempre la violencia del hombre contra el hombre; que mientras que era normal que los fachos y milicos quieran ese tipo de sociedad de asesinos, nuestro objetivo es muy diferente, y ganarían ellos y no nosotros, en embretarnos en  ese tipo de guerra sin fin.

Sostuvo que por eso habían decidido no utilizar la supresión física, hasta que con ella se lograra liquidar el centro y la cueva procreativa de esos asesinos. También nos dijo que desde hace tiempo se buscaba conseguir la información necesaria y que por eso no se había dicho nada. Nosotros más bien respondíamos con la impaciencia y hasta reprochábamos que las energías se dilapidaran en cuestiones electoreras y reformistas en vez de actuar. Nos parecía absurdo que el aparato no sirviera ni para eso que era indispensable. Fue entonces que nos dijo algo así como “ahora sí tenemos la información, ahora si actuaremos y realmente verán que eliminaremos la raíz del problema”. El asunto nos sorprendía y nos entusiasmaba mucho y quedamos evidentemente a la expectativa…Ángela tenía más elementos, yo no.

Fue sólo después del 14 de abril que entendimos lo que había querido decirnos y desde el principio vimos que si bien se había acertado perfectamente al objetivo técnico, se le había errado al momento político. La decisión era impecable, se eliminaba la causa del mal, se había golpeado en el centro mismo del Escuadrón y terrorismo de Estado, pero se había hecho en función de las posibilidades técnicas (en función de cuando se dispuso de la información y se estuvo en condiciones de operar) y no del momento político. Esa acción era totalmente lógica y socialmente legítima como respuesta social y hubiese sido una excelente acción política luego de los asesinatos de nuestros seres queridos. Resultó mucho más difícil de hacer avalar socialmente, cuando se hizo dado que, por las declaraciones de paz de los milicos y de guerra de los Tupas, aparecía como una acción ofensiva de declaración de guerra.

En los hechos, el aparatismo había conducido a decidir esas operaciones haciendo abstracción de las condiciones políticas y basándose únicamente en las posibilidades técnicas del aparato. Con ello se estaba cerrando la trampa: ¡nos estaban esperando! ¡por eso hablaban de paz!

Tenían todo preparado para hacer la guerra sin piedad al “Enemigo”, tal como definen los libros de las Fuerzas Conjuntas a “los Tupamaros”. Sólo estaban esperando que hiciéramos un acto que socialmente pudiese ser presentado como “acto de guerra” del aparato, que despegara a éste aún más de la población, para pasar a la guerra real y sin piedad contra el mismo.

Yo nunca más tuve la posibilidad de hablar con Sendic personalmente (cuando lo hice en los años 80, las condiciones habían cambiado totalmente, había mucha gente e intereses diferentes en el debate, y hablamos -y discrepamos- sobre otros temas), pero estoy convencido de que tampoco tenía consciencia de que ese acto desencadenaría todo lo que el enemigo esperaba y activaría la trampa, no para la guerra, sino para justificar la masacre que vino después. Más, en aquella discusión nos dejó toda la impresión que, como nosotros, él consideraba esas acciones limitadas, y en realidad defensivas y de respuesta contra la masacre de nuestros hermanos, como totalmente diferente a las pretensiones de declarar la guerra que se bocineaba desde el oficialismo (pero no retuve nada explícito de su parte en este sentido). En efecto esta era una posición irresponsable e infantil que en última instancia contribuyó a lo que el enemigo planificaba.

Es verdad, que incluso entonces y a pesar de todas las contras ese acto, de liquidación física de los jefes del Escuadrón de la Muerte, que había torturado y asesinado a nuestros compañeros queridos, tuvo una enorme simpatía popular, es verdad que ese acto tal vez todavía hubiese sido avalado socialmente y no conducía en sí mismo, hacia el enfrentamiento exclusivamente entre aparatos. Pero, como se diría hoy, ya estábamos en el horno (guerra aparato contra aparato) pero todavía había una puerta abierta…, todavía el poder no podía legitimar cualquier cosa…. 

Sin embargo un mes después…¡cerraron la puerta del horno! El Estado, los milicos presentaron los asesinatos que hicieron ese mismo 14 de abril de varios queridos compañeros, como una respuesta, pero quedaba todavía demasiado evidente que habían salido a defender “el ilegal” Escuadrón de la Muerte (el resto del accionar terrorista del Estado democrático era todavía más o menos legal) y el ejército no se sentía todavía unificado para salir a torturar a mansalva como lo hizo después. Esto nos lo dijeron y confirmaron luego, cuando estábamos presos, muchos soldaditos y algunos oficiales: ellos no querían salir a reprimir y menos torturar a gente que hacía justicia…;”creíamos que la guerra no era contra nosotros”

Pero de los dos lados se hizo lo posible para cerrar la puerta del horno en el que ya estábamos. De “nuestro lado” los Tupas seguían gritando a voces que ahora querían “la guerra y que “había que pasar al ataque” (¡cuando el abc de las leyes de la guerra dicen lo contrario!) del otro se seguía torturando y masacrando, pero declarando y jurando que se respetarían los derechos de toda la población.

Luego vino la jugada maestra, que concluyó con la muerte de los cuatro soldados, que teatralizada por el Estado (puesta en escena de la foto tomando mate para los medios), sirvió para mostrarle a la tropa indecisa que la guerra era también contra ella. Hasta la contradicción de clase en el seno ejército, que siempre juega en contra del terrorismo de Estado abierto (ejemplo: revolución rusa o mexicana), pasaba así a segundo plano. Desde “nuestro lado” hasta los propios documentos que caían en vez de llamar a la lucha de clases, a desertar el ejército represor y oponerse a los oficiales, llamaban a la guerra contra el ejército. Era la otra pata del policlacismo frentista que junto con el aparatismo unificaban al ejército contra la subversión: la destrucción de la guerrilla se hizo inevitable.

Justamente en esos días nuevos compañeros, que estaban en otras tareas pedían ingresar a la “lucha armada”… Ángela a pesar de sentir que la cosa venia mal, siguió integrando gente, algunos fueron para las tatuceras. Todo era vertiginoso no discutimos mucho; yo tomé la responsabilidad, a contracorriente de decirle a varios que esperaran, que no era el momento… e incluso paré a alguna integración que Ángela había promovido (¡cosa que recién conocí, o me hicieron acordar, muchos años después!). Algunos de aquellos compañeros se salvaron de la represión otros ingresaron de una u otra forma en las estructuras armadas y fueron reprimidos y muertos en los años subsiguientes, alguno se exiló y pudo zafar.

El desastre social fue inevitable: a la derrota física siguió la derrota política. El reformismo y la democracia burguesa, que habíamos combatido con todas nuestras fuerzas, se transformó en la única alternativa social posible. La revolución social desapareció totalmente como perspectiva durante muchas décadas. El Frentismo y el viejo programa de la izquierda burguesa y de los milicos progresistas se impuso como única posibilidad. Hasta muchos anarquistas dejaron de serlo y se hicieron frentistas y el Frente Amplio pareció tener el monopolio de la contestación social. El ciclo se cerró cuando, una vez salidos de la cárcel, los mismos aparatistas y oficialistas de antes, junto con torturadores impunes se hicieron con el monopolio del poder del Estado y el Capital. Ellos mismos escribieron la historia según la cual en este país sólo se peleó en defensa de la democracia.

La reaparición de la perspectiva revolucionaria se hará necesariamente contra todos ellos.

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